“Las emociones son una manera de expresarnos. Lo que le pasa a nuestro cerebro lo demostramos a través de ellas, no se pueden reprimir. Pero el problema es que muchas veces las transmitimos mal o no tenemos las herramientas para exteriorizarlas y sacarlas del cuerpo. Y eso termina enfermando”, cuenta en una charla con LA NACION.
Recibida de médica cardióloga en la Universidad Nacional de Rosario y luego de realizar una especialización en neurociencias y neuropsiquiatría, una necesidad personal la llevó a inclinarse por la gestión emocional en el contexto de una enfermedad cardíaca. Hoy se consolida como asesora (y es exdirectora) del Consejo de Aspectos Psicosociales de la Sociedad Argentina de Cardiología. Recientemente escribió Corazones abrumados después de la pandemia, que recopila historias de sus pacientes de distintas edades y contextos que presentaron un evento cardiovascular desencadenado por emociones durante el confinamiento.
–¿De qué manera el estado emocional afecta la salud?
–Siempre partimos de una premisa que llamamos el sistema psiconeuroinmunoendócrino. Hablar de este sistema tiene que ver con revalorizar cómo nuestro mundo emocional y psíquico impactan en nuestro sistema inmunológico e inflamatorio y en la manera en que atravesamos una enfermedad. Por un lado, están los factores determinantes psicoemocionales que tienen que ver con la influencia de las emociones negativas: estrés, ansiedad, depresión y angustia. La personalidad también forma parte de este grupo: están quienes son más hostiles y tienen mayor predisposición a manifestar emociones negativas. Por otro lado se encuentra el factor psicosocial que se refiere al contexto en el que uno vive, no solamente económico sino que también las redes vinculares que se tenga brindarán vulnerabilidad o mayores mecanismos para afrontar desde el manejo de las emociones negativas hasta el proceso de una enfermedad.
–¿Cuáles son las claves respecto al manejo de las emociones a la hora de sanarse?
–Es importante aprender a reconocer cuál es el factor estresor para poder modificarlo y disminuir su impacto. Frente a una situación de estrés, nuestro organismo activará un área del cerebro que se llama amígdala que a su vez activará otro sistema conocido como eje hipotálamo hipofisiario y suprarrenal que va a liberar un montón de citoquinas inflamatorias que causarán una serie de modificaciones y cambios en el organismo que si se mantienen en el tiempo, nos harán enfermar.
Nuestro organismo responde al estrés de manera más violenta en la mujer que en el hombre porque la mujer es más vulnerable debido a que tiene un cerebro más empático regido por la comunicación y la observación; en cambio el cerebro del hombre es mucho más sistemático, está regido por la competencia y las órdenes.
–¿Qué rutinas aconsejás para tener una vida en armonía cuando se atraviesa un momento difícil?
–En algún momento todos atravesamos algún proceso de salud-enfermedad donde emocionalmente nos volvemos más vulnerables, es inevitable. Pero contamos con estrategias o intervenciones de carácter no farmacológico para sobrellevar estos procesos de la mejor manera posible. La terapia cognitivo conductual es una de ellas dado que permite transformar mi conducta para dejar de hacer siempre lo mismo, porque lo mismo evidentemente no me funciona. También recomendamos realizar prácticas contemplativas que calmen la mente y relajen el cuerpo como meditación, mindfulness y yoga. Es importante vivir y conectar con el momento presente para que nuestra mente que es totalmente divagante deje de llevarme a situaciones futuras que me generan ansiedad o hacia el pasado, por ejemplo a algún dolor o padecimiento que pueden provocar tristeza, melancolía o depresión.
La nutrición es otra herramienta no farmacológica. Las frutas y las verduras son nuestra gran farmacia; por el contrario, los alimentos procesados, calóricos, con grasas, azúcares y sales agregadas, inflaman el organismo de manera crónica.
También hay evidencia científica que demostró que la actividad física es la mejor manera de controlar y canalizar nuestras emociones. La recomendación es 150 minutos de actividad física aeróbica moderada semanales. Mantenerse en movimiento no solo disminuye la ansiedad, la depresión y brinda mejoras estéticas, también equilibra la presión arterial, reduce el colesterol y provee mejoras a nivel cardiometabólico.
–Frente a una enfermedad, fomentás encararla con templanza y desde un proceso de aprendizaje alejado del concepto de vida o muerte, ¿cómo llegaste a construir esta mirada?
–Cuando una persona atraviesa una enfermedad y la relaciona con la vida o la muerte, le va a generar muchas emociones negativas, pero si la encara desde un lugar humano, empático, no aumentará su ansiedad. Siempre que uno vive alguna circunstancia como un proceso de vida o muerte, la carga de angustia es enorme y pone sobre la mesa toda su vulnerabilidad diciendo: “Si falla esto me muero”, entonces aparecen los miedos y las emociones negativas que terminan siendo determinantes para la salud. Creo que al momento de dar un diagnóstico es importante sentarse con el paciente y acompañarlo a través de la escucha neutral y respetuosa, pero a su vez generando una comunicación asertiva y empática que le permita despejar sus dudas y canalizar sus miedos. Es fundamental hacerle entender que va a atravesar un proceso de pérdida de salud, pero que estamos haciendo todo lo posible para recuperarla.
–¿Existe algún tipo de relación entre las afecciones cardíacas y nuestro estado emocional?
–Está demostrado que las emociones pueden generar un evento cardiovascular porque mantienen una relación bidireccional con el corazón. El estado psicoemocional puede provocar una afección cardíaca y viceversa. Las emociones son respuestas químicas que le van a suceder a nuestro organismo, son una manera de contarle al mundo y al otro cómo me siento. Frente a una emoción negativa, nuestro cerebro activará la amígdala y habrá una respuesta en distintos órganos, el corazón es uno de ellos, pero también se puede desencadenar gastritis, colon irritable, cefaleas. Nuestro cuerpo pone en síntoma todas estas emociones y a nosotros como cardiólogos nos llegan pacientes con palpitaciones, falta de aire. Y no por ser un fenómeno funcional es menos importante o genera menos riesgo.
–¿Por qué las enfermedades cardíacas afectan más a las mujeres?
–Las mujeres viven un promedio de 7,8 años más que los hombres y si bien compartimos algunos factores de riesgo cardiovascular como la diabetes, la hipertensión y el colesterol, en la mujer tendrán mayor impacto porque tenemos sistemas cardiovasculares diferentes. La mujer está modulada por receptores estrogénicos y hormonas, el hombre no. También tenemos un sistema cardiovascular con arterias más pequeñas, con más enfermedad microvascular, con más infartos y obstrucción de arterias porque estamos más atravesadas por la emocionalidad. Porque tenemos embarazos que también son un factor de riesgo cardiovascular. Los factores psicoemocionales ligados al género son más predominantes en la mujer que en el hombre. Por otro lado, sufren mayor violencia doméstica que el hombre y eso es un factor de riesgo cardiovascular; las enfermedades inflamatorias autoinmunes son consideradas otro desencadenante de los problemas cardíacos y la mujer tiene más predominancia a ellas que el hombre. Definitivamente somos más vulnerables. Con la Sociedad Argentina de Cardiología hicimos una investigación donde se estudiaron cuáles eran los determinantes psicoemocionales y socioeconómicos que generaban enfermedad cardiovascular en las mujeres de Latinoamérica. Se encontró que hay cinco factores independientemente de tener una patología de base, ser sedentario o fumar, que fueron determinantes del aumento del riesgo cardiovascular. Entre ellos: trastornos hipertensivos o complicaciones en el embarazo, ansiedad, desempleo, trastornos de sueño: dormir menos de seis horas y, la ruralidad donde el acceso a la salud es escaso.
–¿Cómo influye el entorno en el que se vive cuando hay que atravesar momentos difíciles?
–La vincularidad va a impactar de manera positiva o negativa en las personas: cuanto mejor sean las redes de amigos, familia y entorno que tengamos, mejor será el soporte y andamiaje emocional de un paciente. Cuando uno de estos aspectos falla, más vulnerables estaremos y el sistema cardiovascular quedará más propenso a sufrir alteraciones. Algunos determinantes sociales que podrían aumentar el riesgo cardíaco son: la violencia doméstica, sobre todo en la mujer; haber sufrido algún abuso sexual en la infancia, tener un nivel de educación y socioeconómico bajo porque hacen que el paciente tenga menos acceso a la salud, menor información y por consiguiente que se cuida menos. Siempre decimos que no solo se atiende la salud de una persona, también la de su familia y contexto.
En el último tiempo nos hemos metido en una velocidad que hemos fragilizado lo único por lo que venimos a esta vida que es el manejo del tiempo: nos lo podemos patinar como si fuéramos infinitos y viviéramos toda la vida o podemos empezar a hacernos cargo de la importancia que tiene ese tiempo. De esta manera vamos a empezar a tener prioridades y cuando uno tiene prioridades deja de exponerse a cuestiones que no nos hacen bien. El bienestar está en encontrar la mejor forma de mantener la salud biológica y emocional en el mejor contexto que uno pueda.
La vida nos interpela todo el tiempo con situaciones desafiantes que provocan una respuesta de estrés natural. El problema es cuando el estrés se vuelve crónico. Un ejemplo de esto es el de los cuidadores de chicos con distintas afectaciones: suelen vivir menos porque están expuestos a un nivel de exigencia psicoemocional que no pueden estar atentos a sus propias emociones, a lo que ellos sienten, se postergan, se dejan de lado.
–¿Conocés casos concretos de personas que teniendo un buen manejo de las emociones atravesaron una enfermedad con éxito y se sanaron?
–Está demostrado que los resultados a los tratamientos siempre son mejores cuando un paciente está acompañado desde la emocionalidad, la contención, la empatía y la escucha. Un estudio que se publicó en 2023, hizo un seguimiento de casi diez años a seis millones de personas entre los 20 y 29 años y demostró que aquellos con algún trastorno mental o psicoemocional: desde depresión, ansiedad y angustia pasando por esquizofrenia hasta trastornos de alimentación, tenían un aumento de prevalencia para infarto y ACV.
–¿Cuál es la conexión entre el corazón, el cerebro y el intestino?
–Cualquier estresor o emoción negativa va a generar una inflamación crónica aséptica, es decir que no es infecciosa, no hay ningún virus ni bacteria. Esta situación lleva al deterioro del sistema cardiovascular y altera la dinámica del intestino porque es un órgano que habla de la misma manera que el corazón. Si hay una inflamación, seguro como alimentos para calmar mi cerebro y ayudar a liberar las hormonas de la felicidad y el placer. Pero esto es una trampa de la mente para calmarnos momentáneamente y lo que realmente hacen estos alimentos es dañarnos porque generan un aumento de la insulina, de peso y de sibo. Las situaciones de estrés generan gastritis, acidez, migrañas y el aumento de la presión arterial.
LA NACIÓN