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martes, febrero 4, 2025
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De Villegas a Miami: una historia de esfuerzo, coronada por la Green Card

Una idea nacida en una conversación casual transformó la vida de Viviana Sánchez y su familia para siempre. Hace veinticinco años, en marzo del 2000, en medio de una situación económica adversa, Viviana tomó la decisión de dejar Argentina en busca de un futuro mejor en Estados Unidos. Lo hizo con solo 200 dólares en el bolsillo y la determinación de allanar el camino para su esposo y sus dos hijos.

Hoy GPS, Villeguenses por el mundo, te cuenta su historia, que no es una más pero bien puede ser la de cientos de argentinos que migraron.

Criada en General Villegas tras haber nacido en San Rafael, Mendoza, Viviana recuerda su vida en Argentina con nostalgia. Egresada del Colegio Nacional nocturno, trabajó desde joven mientras completaba sus estudios. Su plan inicial era mudarse a Buenos Aires para estudiar abogacía, pero el amor la llevó por otro rumbo: se casó con Roberto Ferraro y formó una familia. Sin embargo, las dificultades económicas golpearon fuerte y la desesperación los empujó a tomar una decisión radical.

«Nosotros solo sabíamos trabajar. Nunca nos planteamos una salida que no fuera a través del esfuerzo», cuenta Viviana desde su hogar actual en Oregón. Con su esposo sin empleo y una hipoteca imposible de sostener, la familia contempló mudarse al interior del país. Fue su hija mayor, Carla, quien lanzó la idea que lo cambió todo: «¿Por qué no vamos a Miami?».

La propuesta, que parecía un delirio en aquel momento, tomó fuerza y finalmente se concretó. Viviana fue la primera en emigrar, dejando atrás a su esposo y sus hijos. En Miami, trabajó como empleada doméstica en una casa con cinco niños. «Me levantaba a las cinco de la mañana y terminaba a las once de la noche. Lloraba todos los días», recuerda. Su objetivo era claro: ahorrar lo suficiente para traer a su familia.

Dos meses después, con mucho sacrificio, logró reunir el dinero para los pasajes de Roberto y los chicos. El reencuentro en el aeropuerto de Miami fue uno de los momentos más emotivos de su vida. «Los estrujaba y no los dejaba respirar», dice con una sonrisa.

Adaptarse a una nueva vida

Pero la adaptación no fue fácil. Sus hijos, de 14 y 9 años, se enfrentaron a un mundo nuevo, donde el idioma era una barrera y las costumbres resultaban extrañas. “Todo era diferente: la comida, las costumbres, el idioma”, dice Viviana. “Mis hijos sufrieron mucho al principio. Mi hijo, que tenía nueve años, el primer día de escuela me dijo: ‘El inglés es una porquería, nunca voy a hablar inglés’. Pero en un mes ya se había hecho amigo de un niño americano y lo hablaba perfecto”.

A pesar de los desafíos, la familia echó raíces en Miami, donde vivieron casi catorce años. Viviana y Roberto trabajaron en lo que pudieron. “Él cortó césped, fue carnicero, y yo me dediqué a cuidar niños. Nunca nos dimos por vencidos”, afirma. El 11 de septiembre de 2001, cuando un atentado derribó las Torres Gemelas, marcó un antes y un después para los inmigrantes en Estados Unidos, endureciendo las políticas migratorias y dificultando la situación para muchos. «Antes de eso, podías sacar una licencia de conducir solo con tu pasaporte», explica Viviana. «Después, todo cambió».

Con el tiempo, sus hijos crecieron y se mudaron. Su hija se instaló en Houston y su hijo en Denver, Colorado. Fue él quien convenció a sus padres de dejar Miami y mudarse a las montañas de Denver. «Nos enviaba videos y nos decía que era hermoso. Mi esposo viajó, le encantó y nos mudamos». Dos días de viaje en camión sellaron la nueva etapa de la familia.

Hoy, Viviana y Roberto viven en Oregón, un destino al que llegaron buscando tranquilidad. «El mayor desafío de la emigración es la soledad. Nosotros somos muy familiares y en Estados Unidos la gente no se junta como en Argentina». A pesar de todo, no se arrepiente. «Prioricé a mis hijos y sabía que pasaría mucho tiempo sin ver a mi familia en Argentina. Pero fue la mejor decisión para nosotros».

En Denver, Viviana continuó cuidando niños, mientras Roberto se dedicó al mantenimiento de edificios. “Siempre trabajamos duro”, dice. “Nunca tuvimos una salida fácil, pero nunca nos rendimos.”

Hace cuatro meses, Viviana y Roberto se mudaron a Eugene, Oregon, siguiendo a su hijo y su nuera. “Es un lugar tranquilo, muy diferente a Miami o Denver”, describe. “La gente no cierra las puertas con llave, no hay rejas. Es como volver a Villegas, pero en otro país”.

Eugene, con sus 177.000 habitantes, les ofrece la tranquilidad que buscan para su jubilación. “Aquí nos quedaremos”, dice Viviana. “Ya no nos mudamos más. Este es nuestro lugar”.

Su historia es una de tantas que reflejan el sacrificio y la valentía de quienes dejan su tierra en busca de nuevas oportunidades. Viviana, aquella joven que una vez partió con 200 dólares y una maleta llena de incertidumbre, hoy mira atrás y sonríe. Su viaje, aunque difícil, la llevó a construir un hogar lejos de casa.

A medida que la conversación con Viviana Sánchez avanzaba, quedaba claro que su identidad estaba marcada por una dualidad constante. Argentina de corazón, pero con la vida construida en Estados Unidos, su testimonio reflejaba las tensiones emocionales que viven muchos inmigrantes.

La nostalgia se entrelaza con la certeza de haber tomado la mejor decisión posible en su momento. «Fue lo más duro que hice en mi vida, pero lo volvería a hacer una y otra vez», confesaba sin titubeos. No obstante, a pesar de la estabilidad alcanzada y del agradecimiento hacia el país que le abrió las puertas, el regreso a Villegas sigue siendo un tema que provoca dudas y emociones encontradas.

El arraigo en Eugene, Oregón, es innegable. Sus hijos se consideran argentinos, aunque tienen su vida establecida en territorio estadounidense. «Mis hijos no es que se sientan americanos, pero se criaron aquí. Mi hijo sufre con los partidos de Argentina, pero tiene su vida hecha acá», explica Viviana. Este es un aspecto fundamental en su historia: las raíces argentinas están presentes, pero la cotidianidad ha sido moldeada por la cultura americana.

La ansiada Green Card

Uno de los momentos más emocionantes de su vida llegó hace un año, cuando finalmente obtuvieron la residencia permanente en Estados Unidos. “Nos llevó casi 24 años lograrlo”, confiesa Viviana. “Cuando el abogado me llamó para decirme que la tarjeta verde de Roberto había llegado, me puse a llorar. Era una sensación de alivio y felicidad que no puedo describir”.

El dilema del retorno sigue latente. La obtención de la Green Card ha facilitado la posibilidad de viajar, pero enfrentar el pasado es otra historia. «Sé que mi mamá falleció, pero yo no la vi en ese momento. No la dejé en el cementerio. Es como si todavía no fuera real», cuenta con voz pausada. Enfrentarse a esa realidad es una de las razones por las cuales el viaje se pospone una y otra vez.

Inmigración y tiempos difíciles

Más allá de la nostalgia, Viviana reconoce que la inmigración ha cambiado con los años. «Hoy es mucho más difícil», sostiene, atribuyéndolo a cambios políticos y sociales que han endurecido las condiciones para los inmigrantes. Su experiencia es un testimonio de resiliencia. «Este país me dio lo que en ese momento no me podía dar mi propio país», afirma con gratitud.

La política migratoria ha evolucionado en las últimas décadas, marcada por momentos de apertura y otros de mayor hostilidad. Viviana menciona un punto de inflexión: el 11 de septiembre de 2001. “Eso cambió todo”, afirma. Desde entonces, el panorama para quienes llegan sin documentos se ha vuelto más incierto, oscilando según la administración de turno.

El gobierno de Donald Trump trajo consigo un endurecimiento de las políticas migratorias. Viviana no lo menciona con resentimiento, pero sí con una preocupación evidente. Para ella y su esposo, tener la tarjeta verde fue un alivio. “Si a mí me paran o están haciendo una redada, simplemente muestro mi estatus migratorio y no tengo problema. Pero hay gente que hace 30 o 40 años que vive acá.»

El impacto de estas políticas es profundo en comunidades enteras. Amigos y conocidos de Viviana han sido deportados recientemente, algo que ella relata con dolor. “Es gente que ha trabajado acá toda su vida, que no ve a su familia, y sin embargo, ¡boom!, afuera”.

Más allá de su propia situación de estabilidad, Viviana no puede evitar la sensación de injusticia cuando ve cómo algunos políticos fomentan discursos de odio contra los inmigrantes. “Los necesitan, pero los culpan de todo”, dice. Y aunque Estados Unidos le ha dado oportunidades que su país no pudo brindarle, el temor y la incertidumbre siguen afectando a muchos que, como ella en su momento, llegaron en busca del famoso sueño americano.

Mates y el deseo de volver, pero no a quedarse

Entre mates y asados, la familia mantiene vivas las tradiciones argentinas en su hogar en Oregón. «Nos levantamos y lo primero que hacemos es tomar mate», dice con una sonrisa, demostrando que, aunque la geografía haya cambiado, la esencia sigue intacta.

“Ahora puedo decir que valió la pena”, concluye. “Aunque fue duro, hoy miro atrás y siento que hicimos lo correcto. Mis hijos tienen una vida estable, y nosotros, después de tanto tiempo, podemos respirar tranquilos”.

El futuro para Viviana y su esposo es una incógnita, pero hay algo que tiene claro: «De vivir en Argentina, no. De visita, sí». Mientras tanto, sigue soñando con el día en que tome un pasaje y vuelva a caminar por las calles de Villegas, aunque sea solo por un tiempo.