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jueves, febrero 20, 2025
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Raquel Alderete: Un viaje de desarraigo y también generosas oportunidades

A la una de la mañana, desde el otro lado del océano, Raquel Alderete nos recibe con la calidez de siempre. «Bueno, aquí esperando, pero bien, bien», nos dice con esa voz que refleja la mezcla de nostalgia y satisfacción por el camino recorrido.

Raquel vive actualmente en Beasain, un pueblo rodeado de montes en el interior del País Vasco. «Aquí llueve bastante, así que la nieve no llega a cuajarse mucho», nos cuenta, aunque hoy, curiosamente, el clima parece más primaveral. Hace unos meses se trasladó allí desde Pasaje de San Juan, la zona costera donde residía anteriormente. «A mí el País Vasco me gusta en todo, así que en donde estoy, estoy bien», afirma con seguridad.

Oriunda de Banderaló, pasó su infancia en el pequeño pueblo del partido de General Villegas. «Me crié en Banderaló, pero a los 16 años me fui a Santa Rosa. Después estuve en San Francisco, volví a Banderaló y luego ya me vine para aquí». Su historia de emigración comienza en 2007, cuando decidió cruzar el océano con su hijo de cuatro años en busca de una vida mejor. «El amor me llevó a cruzar el charco», reconoce entre risas, pero también lo hizo la necesidad de progreso. «Veía que no daba como para poder independizarme, para mantener a mi hijo, tener una casa propia. Las facilidades no estaban muy a mano».

La decisión de partir no fue sencilla. «Mi padre me apoyó muchísimo, mi madre también, aunque con el dolor de dejarme ir». Entre el miedo y la esperanza, recuerda que hubo quien la tildó de «loca» y también quien la animó. «Una persona del pueblo me dijo: ‘Es lo mejor que podés hacer’. Me dio mucha fuerza, mucho ánimo».

Cuando se le pregunta por el momento exacto en que decidió emigrar, duda en encontrar una palabra que lo describa. «Vi oportunidad de progreso, una familia, todo se juntó a la vez». Sin embargo, aclara: «Siempre he sido de animarme a todo. No conocía ni que existía el País Vasco, pero sentía que me iba a ir bien».

Raquel y su hijo abordaron un avión y emprendieron un viaje que cambiaría sus vidas para siempre. «Todavía cierro los ojos y me pregunto cómo demonios estoy del otro lado del charco». Si pudiera volver a aquel último día en Banderaló, no haría nada diferente. «Salí despidiéndome de todos bien, con la gente que quería y que me quería». Lo más importante para ella fue no haber tenido que separarse de su hijo. «He visto muchas historias de mujeres que tuvieron que dejar a sus hijos y luego volver por ellos años después. Doy gracias de no haber tenido que hacerlo».

Al llegar a España, todo era nuevo, incluso la geografía le resultaba desconcertante. «Entre pueblo y pueblo, en Argentina, siempre veía vacas. Aquí, en 600 kilómetros no vi una sola. Pensaba: ‘¿Y esta gente qué come? ¿Pasto?'».

La adaptación no fue fácil. «A los 15 días conseguí trabajo en hostelería, pero fue duro. Me decían ‘chupito’, ‘chiquito’, ‘zurito’ y para mí sonaba todo igual». Sin embargo, con esfuerzo, aprendió y se integró. «Las fechas difíciles eran lo peor. Allá las pasás rodeada de gente. Aquí, en Navidad, hacía un frío de la leche y estábamos solos».

Además del clima, el idioma fue un reto. «Aquí hay dos idiomas. Aprendí Euskera por mi trabajo y con mis hijos en la escuela». Las pequeñas diferencias lingüísticas también marcaron su día a día. «Bajé a la frutería y pedí en la ‘verdulería’. Me miraron raro, porque aquí ‘verdulería’ significa otra cosa».

La primera vez que cobró su sueldo sintió «una felicidad enorme». «Podía pagar mi casa, comprarle ropa a mi hijo. La diferencia con Argentina era abismal». Sin embargo, el choque cultural se hizo evidente en la primera Navidad. «En vez de asado, sopa de pescado; en vez de carnaval, jugar a las cartas. Y éramos apenas tres o cuatro, no el montón de siempre».

El País Vasco le dio estabilidad, familia y oportunidades, pero la nostalgia por Argentina sigue viva. «A veces cierro los ojos y sigo preguntándome cómo llegué hasta aquí». Pero lo que no cambia es su espíritu de lucha y la certeza de que tomó la mejor decisión para su vida y la de su hijo.

Raquel en la actualidad

Hoy sigue construyendo su vida en España. Trabaja en la hostelería y ha logrado un nivel de estabilidad que le permite disfrutar de su día a día con su familia. «No me arrepiento de haberme ido. Argentina siempre estará en mi corazón, pero aquí encontré oportunidades y un futuro para mi hijo».

Las raíces de Banderaló siguen vivas en su memoria y en cada charla con sus seres queridos. Aunque la distancia pesa, sabe que su decisión fue la correcta. «La vida es un viaje, y este fue el mío».

Una argentina en el País Vasco

Beasáin, la ciudad natal del famoso chef Carlos Arguiñano, es el hogar de Raquel Alderete. «Aunque no ha tenido la oportunidad de conocerlo personalmente», reconoce que la fama no es tan abrumadora en España como en Argentina. «Aquí ves a un famoso y la gente le deja pasar, no es como en Buenos Aires que te persiguen por todos lados», explicó.

La gastronomía vasca fue uno de los aspectos que más le sorprendió al llegar. «Me gusta muchísimo el pescado y cómo lo preparan aquí. Cuando probé los pescados recién sacados del mar, ¡es otro mundo! El sabor y la preparación son increíbles: ajo, aceite de oliva, un toque de horno y salsas deliciosas», dijo.

Los pinchos, una especie de tapas vascas, también se convirtieron en una de sus comidas favoritas. «En un bar encuentras veinte pinchos diferentes. Son como sándwiches pequeños, pero con mucha variedad. La gente sale a comer pinchos en lugar de sentarse a una comida completa», describió.

Al preguntarle qué llevaría del País Vasco a Banderaló y viceversa, Raquel expresó su deseo de que sus seres queridos pudieran experimentar ambas culturas. «Me encantaría que los de aquí vivieran un asado argentino, una reunión con amigos, días interminables de risas y música. ¡Ser feliz con nada!», reflexionó. «Y a los de Banderaló me gustaría que probaran todo lo que he probado aquí, no solo la comida, sino también el mar. ¡Es tan bonito que me gustaría que todos lo vieran!».

Después de 11 años sin volver a su tierra natal, un buen día regresó a Banderaló. «Al segundo día me quería volver. Pero luego me reconecté con mi gente, mis amigos, mis primas… ¡Sentí que Banderaló seguía siendo mi hogar! Aunque al principio me sentí un poco extraña», confesó.

Raquel reconoció que tanto ella como su lugar de origen habían cambiado. «Cuando te vas y extrañás tu tierra, idealizás muchas cosas. Y cuando volvés, te das cuenta de que no era como lo recordabas, incluso los sabores cambian», explicó.

Para ella, hogar es donde está y con quien quiere estar. «Mi hogar es Beasáin, donde estoy con mi familia y mis seres queridos. Me adapto a cualquier lugar, pero mi hogar es donde me siento feliz y querida», afirmó.

Dar todo por el otro

Desde hace un tiempo, Raquel abrió las puertas de su casa a otros inmigrantes. «Yo también soy inmigrante, así que entiendo lo difícil que es llegar a un nuevo país. Quiero ayudar a otros a que no pasen por lo que yo pasé, que tengan un lugar donde llegar, donde sentirse acompañados», relató.

Su motivación principal es evitar que otros pasen por las dificultades que ella enfrentó al llegar. «Quiero que tengan un lugar para vivir, para estar el tiempo que necesiten hasta que encuentren trabajo y hagan amigos. Quiero facilitarles las cosas», afirmó.

Al preguntarle si alguna vez sintió que estaba ayudando a una versión más joven de sí misma, respondió: «Creo que sí, todos tenemos nuestros propios hábitos y maneras de ser, pero al final todos se adaptan y encuentran su camino. Yo les aconsejo, pero ellos son los que toman las decisiones. Y saben que no están obligados a quedarse».

Se emocionó, y mucho, al hablar de sus «hijos adoptivos» y de lo orgullosa que está de sus logros. «Me siento muy orgullosa de ellos, todos han logrado salir adelante. Han llegado con dudas y miedos, pero con mi apoyo y su esfuerzo han conseguido sus metas. ¡Eso me llena de orgullo!», expresó conmovida.

A pesar de los desafíos y momentos difíciles, Raquel Alderete encontró en el País Vasco un hogar y una comunidad que la acogió con cariño. Su historia es un testimonio de resiliencia, adaptación y solidaridad.