Mientras el agua aún estancada y el barro persisten en las calles de Bahía Blanca, la historia de Nazareno Rubio, un vecino de General Villegas, emerge como un rayo de humanidad en medio del caos.
Con dos camiones repletos de donaciones y un grupo de voluntarios, Rubio desafió no solo las secuelas de una de las peores inundaciones en décadas en la región, sino también la burocracia y la descoordinación estatal. «La gente estaba desesperada. No tenían ropa, ni cómo cocinar. Entregamos todo en mano: no íbamos a dejarles esperando», relató Rubio en una entrevista con Actualidad, con su voz aún ronca por el esfuerzo de días.
La catástrofe que reactivó viejos fantasmas
La inundación, desatada tras tormentas récord que descargaron más de 300 mm de lluvia en pocas horas, anegó buena parte de Bahía Blanca, una ciudad de más de 300 mil habitantes en el sur bonaerense. El arroyo Napostá, tradicional foco de riesgo, colapsó arrasando barrios muy populosos. La ciudad tiene hoy miles de evacuados, otras tantas viviendas destruidas y fallecidos de un número sin definir, pero que muchos temen se eleve por encima del centenar. A una semana del desastre, los vecinos denuncian la lentitud en la entrega de ayuda y la falta de maquinaria para retirar el agua. «El Estado no está. Lo que llega es de la gente común», resumió Rubio.
La odisea de los camiones villeguenses
Rubio, junto a su esposa Evelyn y una red de donantes de General Villegas y pueblos de la zona, logró reunir dos camiones con alimentos, ropa y colchones en menos de 72 horas. «Fue increíble: hasta hubo niños que donaron sus ahorros», contó. Pero al llegar a Bahía Blanca el recibimiento no fue sencillo. En la ruta de acceso, un grupo de sindicalistas intentó detenerlos. «Nos preguntaron con tono desafiante adónde llevábamos las cosas. Les dije: ‘A un galpón no, sino a la gente'», recordó.
Con la ayuda de Fiorella Schneider, una voluntaria de Trenque Lauquen, descargaron las donaciones en un taller mecánico cercano al Hospital Penna, emblemático por las imágenes de incubadoras flotando en la inundación. Desde allí, 40 voluntarios organizaron un operativo para distribuir las provisiones en zonas muy afectadas como Cerri e Ingeniero White, aún bajo el agua. «En una casa, el nivel llegó al techo. Una mujer estuvo tres días allí, sin comer», relató Rubio, visiblemente conmovido.
El Estado, en la mira
Mientras los voluntarios repartían kits de emergencia, la crítica al municipio y a la provincia de Buenos Aires crecía. «No vimos máquinas ni funcionarios. La gente nos decía: ‘Ustedes son los primeros en llegar'», afirmó Rubio. En el Club Liniers, estudiantes universitarios denunciaron que les impedían repartir donaciones. «Nosotros no pedimos permiso: entramos con camionetas y entregamos hasta lo último», sostuvo el villeguense.
La tensión se replica en redes sociales, donde muchos vecinos exigen transparencia. «Mucha ayuda llega, pero ¿dónde está?», cuestionó Rubio, tras colaborar en el reparto de un tren con insumos enviado por Río Negro.
Un regreso con deber cumplido
Antes de partir de regreso a Villegas, Rubio aseguró: «Cada donación llegó a quien la necesitaba». Su historia, junto a la de cientos de voluntarios, contrasta con el relato oficial. Mientras el gobierno promete un plan de reconstrucción, Bahía Blanca sigue escribiendo su resiliencia con manos anónimas que, entre el barro, devuelven la esperanza.
«Lo nuestro fue de corazón», cerró Rubio. Y en una ciudad donde el agua lo arrasó casi todo, ese gesto parece ser lo único que queda en pie.