Volver a casa puede parecer un simple acto de cerrar la puerta tras un largo viaje, pero para Fernando Campana significó mucho más que eso. Fue reconectar con su identidad, redescubrir lo cotidiano con otros ojos, y entender que partir no es sinónimo de dejar atrás, sino de ganar perspectiva. Su año y medio en Europa no fue solo una aventura, sino una experiencia profunda, transformadora, de esas que dejan huella en la forma de ver el mundo… y en uno mismo.
Recién llegado nuevamente a la Argentina, Fernando lo explica con palabras simples, casi como quien describe una sensación que le nace sin buscarla. “Como que te sentís en casa de vuelta, porque tenés una identidad, enseguida comprás una picadita, una cervecita, te ponés a charlar y ya te cambia el panorama”, dice entre risas. Y en ese comentario casual resume uno de los pilares de su experiencia: la pertenencia, esa raíz que no se arranca por más lejos que uno esté.
Irse sin huir: la decisión de emigrar
La decisión de emigrar no fue fruto de una crisis ni de una huida. Campana lo aclara desde el inicio: “Yo no me fui porque no era feliz. Al contrario, era feliz acá. Me fui porque quería experimentar, porque sentía que había cosas que tenía que vivir, aunque no sabía exactamente cuáles.” El deseo venía de lejos: “Siempre tuve las ganas de ir a jugar al hockey a Europa. Tenía compañeros del club en Capital que lo estaban haciendo, pero por la carrera de Medicina y por cuestiones familiares, siempre lo postergaba. Hasta que un día lo decidimos con mi novia y lo empezamos a organizar con tiempo”.
La idea no fue improvisada. “Nos tomamos un año para planear el viaje, con cada etapa bien pensada. En febrero me contacté con un club de Italia, donde jugaba un amigo que nos podía recibir y ayudar con el alojamiento, el trabajo y los papeles. Así que armamos las valijas y nos fuimos”, recuerda.
Castelo de la Agonía y el salto a lo desconocido
La primera parada fue en el norte de Italia, en un pequeño pueblo al que él y su pareja bautizaron con humor como Castelo de la Agonía. “Llegamos y era un pueblito de mil habitantes, a 40 kilómetros de Milán, pero súper aislado. No había remises ni transporte público. Dependías de que alguien te lleve en auto”, cuenta. Pero lejos de quejarse, Fernando lo recuerda como una etapa de aprendizaje.
El cambio en lo deportivo fue brusco. Venía de entrenar en el máximo nivel del país, con sesiones intensas y constantes, y se encontró con un ritmo mucho más relajado. “No es que me costó, porque me gusta entrenar. Me iba solo al gimnasio y hacía lo que hacíamos acá, y después entrenaba con el equipo dos veces por semana. Y a nivel deportivo fue espectacular, porque nunca había vivido la experiencia de que el club te pague todo”, cuenta.
En la cancha, también hubo alegrías. “Se dieron algunos resultados raros y terminamos ascendiendo a Primera en la última fecha. Fue una locura, ganamos nuestro partido y el equipo que tenía que perder lo hizo por cinco goles, justo lo que necesitábamos. Terminamos saliendo campeones”.
Una experiencia total
Más allá del hockey, otro de los desafíos fue salir de su zona de confort profesional. Médico de formación, nunca antes se había enfrentado a entrevistas laborales fuera del ámbito sanitario. “Yo nunca había salido del área de medicina, entonces nunca me había sometido a entrevistas, a un proceso de selección. Nunca había sentido esa frustración de que por ahí no te elijan… y es normal. Me presentaba para trabajar en una inmobiliaria, para manejar un RAPI, para una empresa de seguridad, y nada… yo me divertía”, cuenta entre risas.
Una de las anécdotas más insólitas ocurrió cuando lo citaron para una supuesta entrevista laboral y terminó en un pueblo perdido vendiendo fibra óptica casa por casa. “Era prehistórico”, recuerda entre risas. No vendió ni un solo servicio, pero se llevó una anécdota de las que se cuentan toda la vida.
Costumbres nuevas, rutinas europeas y el valor de volver
La vida cotidiana en España también le dejó aprendizajes que, incluso ya de regreso, siguen presentes. “Allá arrancan tarde. Se levantan entre las 8 y las 9, empiezan a trabajar a las 9 o 10, los colegios van también a esa hora. Hacen tres comidas: desayuno, a las 11 una cañita con una tapita, almuerzan tipo 2 o 3 de la tarde, y cenan a las 8. Me acostumbré a eso y desde que estoy acá más o menos vengo respetándolo.”
La cultura del encuentro, sin embargo, fue lo que más lo impactó al volver. “Hoy hay festejo en lo de los Campana y encima con GPS voy a comer como a las 11. Y sí, un poco de hambre tengo porque no merendé, así que seguro voy a aprovechar el festejo, voy a comer. Allá no venía comiendo tanta carne, y hay asado… así que lo voy a disfrutar a morir. Si hay humo, hay asado.”
Y sí, volver también es eso: celebrar, reencontrarse, recuperar rutinas y afectos. Pero hacerlo después de haber estado lejos es distinto. “Para mí es una experiencia espectacular. No es para obligar a nadie, pero si tenés la posibilidad de hacerlo, y estás dudando, que no te dé miedo. Ya sea un año, dos, tres meses, lo que sea. Es como someter al cuerpo a pequeñas situaciones de estrés, que si están bien dosificadas, te generan una buena adaptación. Para algo te va a servir esa experiencia. Y en el peor de los casos, si no te gusta, volvés. Siempre va a haber alguien que te banque hasta reacomodarte.”
Viajes y descubrimientos
Durante su estadía en Europa también viajó, y mucho. Recorrió Barcelona, Sevilla, Córdoba, Granada, Marruecos, Grecia, y distintos pueblos de España como Segovia y Toledo. “Me impresionó la historia. En Italia fuimos a un pueblo que creo que era Casale Monferrato, y entramos a una iglesia del año 1100 porque escuchamos un canto y lo seguimos. La construcción, los vitrales, las estatuas… todo se mantenía en pie. Eso es algo que tenés que vivir, perderte para descubrir.”
Si tuviera que elegir una ciudad para vivir, duda entre dos: “Barcelona. Es lo más parecido a lo nuestro, tiene playa, buen clima. Pero Madrid me pareció súper segura, muy parecida a Buenos Aires, prolija. Funcionó todo bien, nunca tuve problema con el tránsito, ni un embotellamiento. Podías andar a cualquier hora sin miedo.”
Al hablar del trato recibido, marca una diferencia: “Por lo menos en los países donde estuve, siempre nos trataron bien. Nunca sentimos que nos discriminaran. Pero sí hay una diferencia entre los argentinos y otros sudamericanos. Hay un destrato con gente de Colombia, Bolivia o Perú. No sé por qué, pero se ve.”
Una decisión compartida
La vuelta fue consensuada, natural. “Tuvimos una charla con mi novia, los objetivos cambiaron. Yo no me había ido por escapar de algo, porque era feliz acá. Sabía que iba a volver. No sabía si era en un año, dos o tres, pero sabía que volvía. Y ahora estoy acá, volví a mi club, a jugar al hockey, a reencontrarme con amigos, familia. Me recibieron todos de buena manera.”
Incluso desde afuera, las noticias sobre la Argentina llegaban. “Allá en Europa hay una ola de cambios políticos, y lo que está haciendo Milei lo tienen como referencia. Yo no sé cómo está la gente acá, pero allá parecía que el país estaba mejorando. Desde que supe que volvía, me llené una valija de ropa, porque lo que acá vale un jean, allá te comprás cuatro. Pero es un tema impositivo quizá.”
Más allá de lo material, lo que Campana trajo consigo fue una nueva mirada. “Sí, creo que tengo otra perspectiva de lo que es estar en casa. Lo disfrutás más. A veces uno cuando está lejos valora más todo. Hoy estoy acá, con pasaporte europeo, la experiencia de saber qué hacer si alguna vez quiero volver a intentarlo. Pero ahora quiero estar acá. Hacer lo que me hace feliz.”
Fernando volvió. Con historias, aprendizajes, nuevas costumbres y la misma sonrisa con la que se fue. No regresó el mismo, y eso es precisamente lo mejor que le pudo haber pasado.