Esta semana Goyo, el Memorioso, en su habitual espacio en FM Actualidad, abrió las puertas del recuerdo de un personaje que dejó una marca profunda en la historia villeguense: el reverendo padre Alfonso Wesner.
Figura inolvidable para quienes lo conocieron, Wesner fue más que un sacerdote: fue un líder espiritual, un organizador incansable y un vecino comprometido con su comunidad. Estuvo al frente de la parroquia local durante 34 años, y si no hubiera fallecido en 1982, seguramente habría superado ese récord. Su antecesor, el padre Francisco Panacea, había permanecido 33 años en funciones. El padre Wesner no solo igualó la vara: la elevó.
Un origen sencillo y una vocación profunda
Nacido en 1914 en una de las colonias de alemanes del Volga, muy cerca de Coronel Suárez, Alfonso Wesner creció en un entorno marcado por la fe, la austeridad y la fuerte herencia cultural. Hijo de Jorge Wesner y Margarita Aab -quien, siendo luterana, se convirtió al catolicismo cuando su hijo fue ordenado sacerdote-, supo desde joven cuál era su camino.
Se ordenó en 1941 en el seminario metropolitano pontificio de Buenos Aires. Luego pasó por distintas localidades bonaerenses: primero fue teniente cura en 9 de Julio, luego en Rojas. En mayo de 1948 llegó a General Villegas, su destino definitivo. El desafío era mayúsculo: reemplazar a Panacea no era sencillo. Pero su carácter firme, su generosidad y su capacidad de entrega lo convirtieron en una figura querida y respetada por toda la comunidad.
Siempre con sotana y con una pelota bajo el brazo
A pesar de su fama de serio y de su ascendencia alemana, Wesner tenía una faceta profundamente humana. Jamás abandonó la sotana, ni siquiera luego del Concilio Vaticano II, que permitía a los sacerdotes vestir ropa común. Él siguió fiel a sus hábitos -literal y simbólicamente-, aun cuando su sotana estuviera roída por el uso.
Fue un ferviente promotor del deporte juvenil. En la famosa “cancha del cura” organizaba campeonatos, regalaba camisetas y pelotas, y hasta dirigía partidos él mismo. “Tenía idoneidad”, recordó Alustiza. Hincha de San Lorenzo, como el papa Francisco, el padre también simpatizaba con Eclipse, aunque luego decidió tomar distancia de cualquier parcialidad: quería pertenecerle a todos.

Obras, gestos y un corazón enorme
Además de su compromiso pastoral, Wesner impulsó numerosas obras: el salón parroquial, la capilla de la Trocha, otra capilla en Piedritas, el círculo de mujeres de Acción Católica, Cáritas, grupos juveniles cristianos, y mucho más. Todo lo hizo con una humildad que contrastaba con la envergadura de su trabajo.
Muchas anécdotas dan cuenta de su carácter. Regalaba su comida, sus pulóveres, hasta la tela con la que le habían encargado una nueva sotana, para que una madre pudiera vestir a sus hijos. “Vivía para los demás”, resumió Alustiza. También recordaron sus habilidades culinarias: hacía cabeza de vaca al pozo y la compartía con los chicos de la parroquia.
Pan, cartas y ginebra: el cura humano
No faltaban las reuniones más distendidas. Junto a algunos feligreses -cuyos nombres Román prefirió preservar- jugaban al tute y al mus en la parroquia. El ritual incluía ginebra y cigarrillos. Hasta que un día, una colilla encendió la alfombra roja de los casamientos. Fue la última vez que jugaron allí. Después se mudaron al sótano de una panadería, hasta que las partidas quedaron en el pasado.
Le regalaron un Citroën 2CV. No sabía manejar bien, pero igual se lanzaba a las calles. “Corcoveaba como un caballo”, relató entre risas, al recordar un viaje a la Trocha junto a Estela Monti y María Victoria Monti. A pesar de su torpeza al volante, el cura nunca tuvo un accidente.
Un legado imborrable
Alfonso Wesner falleció en 1982, pero su legado persiste. El Centro de Educación Física local lleva su nombre, así como el camino al cementerio. Al ingresar, su tumba se impone en el centro del paisaje: es la primera que se ve, como si aún estuviera allí, recibiendo a su gente.
Goyo cerró la charla con un dejo de emoción. “Fue un gigante”, dijo. Y basta con oír las historias que lo envuelven para entender que no exagera. En tiempos donde tanto se discute sobre el rol de la Iglesia y sus representantes, la figura de Alfonso Wesner se recorta nítida, clara, auténtica. Un sacerdote de pueblo que no se limitó a abrir la iglesia: salió al encuentro de su comunidad. Y esa comunidad, todavía hoy, lo recuerda con cariño y gratitud.