Docente, entrenadora y consejera, fue figura clave del Instituto María Inmaculada (IMI) durante décadas. Su legado aún resuena entre generaciones de exalumnas.
Cada jueves, la cita con Goyo, el Memorioso, nos transporta a otro tiempo, a otra Villegas. En esta oportunidad, el viaje tuvo como protagonista a una figura que marcó a fuego la historia del Instituto María Inmaculada (IMI): Gladys Contratti. En palabras de quienes compartieron aulas y vivencias con ella, fue una mujer brillante, exigente, elegante y contradictoria, que dejó una huella profunda tanto en el plano educativo como en el deportivo.
Gladys Contratti nació en 1932. Fue hija de Pedro Contratti y Amelia Monat, y creció en el seno de una familia numerosa junto a sus hermanos Betucho, Horacio, Raquel –a quien llamaban Quela– y Beatriz. Desde pequeña mostró una sensibilidad especial para el arte, la estética y el deporte, inquietudes que canalizaría años después en su vocación docente. En su infancia forjó una amistad inseparable con Elena Piña y Manuel Puig, conformando un trío singular. Elena se orientó hacia las matemáticas, Manuel abrazó el camino de la literatura y Gladys, en cambio, se dedicó al dibujo, la pintura y más tarde a la educación física.
Su vínculo con el IMI fue profundo. La institución, fundada en 1905 por una congregación de religiosas, había nacido como escuela primaria y con el tiempo se transformó en uno de los colegios de mayor prestigio del partido de General Villegas. Allí, Gladys encontró el escenario ideal para desplegar su vocación, impulsada por la inspiración de una figura clave en su formación: la hermana Julia López. Aquella religiosa, de gran elegancia y carisma, rompía moldes. Se arremangaba el hábito y jugaba al tenis con destreza. Su actitud descontracturada y su entrega por la actividad física marcaron a fuego a la joven Gladys, que tomó de ella no solo el amor por el deporte sino también un estilo de enseñanza que combinaba exigencia, empuje y una presencia fuerte.
En el colegio, Gladys se destacó como profesora de dibujo, caligrafía y, especialmente, de educación física. Fue una maestra rigurosa, admirada por muchas y temida por otras. Las alumnas con habilidades deportivas la veneraban. Pero para quienes no compartían esa pasión, sus clases podían volverse cuesta arriba. “Las que no jugaban quedaban relegadas: barrían la cancha, llenaban planillas”, se recordó con tono crítico, aunque sin dejar de reconocer que en ese enfoque también se forjaba carácter.
Con su estilo severo pero entregado, Gladys llevó a lo más alto a los equipos de vóley del IMI durante los años ’70. Dirigió a la promoción 74, que logró destacadas actuaciones a nivel provincial. En 1971 alcanzaron el tercer puesto en La Plata, y en 1972 fueron subcampeonas en Necochea. Nombres como Irene Cañete, Liliana y Silvia Pelosi, Laura García, Graciela Rizzolo, Cristina Lamas, Alicia Cerutti y Liliana Labarta quedaron grabados en la historia deportiva del colegio. Según Goyo, «no hubo equipos escolares en Villegas que hayan llegado tan lejos en torneos de esa magnitud». Todo eso fue mérito, en gran medida, del liderazgo y la exigencia de Gladys.
Sin embargo, su legado no se limitó al ámbito deportivo. Gladys también se destacó como consejera. Muchas alumnas la recuerdan como una figura que supo escuchar, contener y orientar en momentos difíciles. Su carisma y su mirada aguda le permitían detectar rápidamente cuándo alguien necesitaba una palabra de aliento o un consejo oportuno. Dentro del aula o en el patio, siempre estaba presente.
En lo personal, vivió con devoción hacia su familia. Cuando sus hermanos se casaron y dejaron la ciudad, ella permaneció en Villegas junto a sus padres. De hecho, fue una de las primeras vecinas en construir su casa en el loteo de la vieja cancha de Sportivo, sobre la calle San Martín, cuando ese sector aún era baldío. Su compromiso con el hogar y su entorno fue constante.
Una imagen habitual en la memoria colectiva la retrata con su uniforme deportivo, siempre impecable, y con un cigarrillo en la mano. Gladys era una fumadora empedernida. El aroma a tabaco, su perfume y su estilo sobrio y elegante formaban parte de su identidad. Un contraste llamativo para alguien tan vinculada al deporte, aunque, como bien se recordó en la charla, en aquellos años fumar era moneda corriente y no estaba mal visto como en la actualidad.
Gladys falleció en Buenos Aires en 1992, poco antes de cumplir 60 años. Dos años antes había perdido su licencia docente. Su partida fue prematura, pero no impidió que su figura quedara instalada en el recuerdo de generaciones. En cada evocación aparece con fuerza su pasión, su carácter, sus contradicciones y sus enseñanzas. Porque más allá de los matices, fue una mujer que dejó una marca profunda.
El homenaje que Goyo, el Memorioso le rindió esta semana no surgió solo de los recuerdos individuales. Fue también un ejercicio colectivo, alimentado por la memoria de exalumnas, colegas y vecinas como Raquel Piña, Liliana Pelosi y Mónica Asel. Las imágenes que acompañan la crónica, rescatadas del archivo, dan aún más fuerza al relato y permiten reconstruir una historia que trasciende al personaje y se convierte en patrimonio de toda una comunidad.
Gladys Contratti fue, para muchos, una mujer inolvidable. Para otros, una presencia incómoda. Pero nadie que la haya conocido podría negar su fuerza, su talento y su huella. Su historia merece ser contada, una y otra vez. Porque, como bien se dijo, hay personas y personajes que hacen a la historia de un pueblo. Y ella fue ambas cosas.