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jueves, 28 marzo, 2024

De Demagogias y Morondangas / Por Alicia Laino (*)

Casi desde el nacimiento de la Constitución estadounidense, Tocqueville había advertido de los peligros de la demagogia, el doble circuito entre los votantes pidiendo favores y prebendas al gobierno, y el gobierno concediéndolas y además prometiendo nuevas. Por eso los políticos ya no son efectivos y ninguna prédica de seriedad y prudencia de su parte es aceptable para la sociedad. Tienen que aparecer dando y permitiendo cada vez más, no importa qué.

Ahora la cuestión es mucho más desfachatada: los políticos se limitan a coimear a los ciudadanos para que los elijan, los reelijan o les perdonen y toleren sus robos. En ese empeño, prometen lo que saben que no pueden cumplir. Y entran en su propia trampa. Si cumplen las barbaridades que prometen, crearán caos económico y social. Si no las cumplen, la masa estallará en las calles, impondrá con prepotencia lo que cree sus conquistas. Todo en nombre del pueblo y de la patria, la violencia destructiva, uno de los peores sabotajes a la democracia.

Aristóteles ya conceptualizó la demagogia, como la «forma corrupta o degenerada de la Democracia» y consideró que, cuando en los gobiernos populares la ley es subordinada al capricho de las mayorías, surgen los demagogos que halagan a los ciudadanos, dan máxima importancia a sus sentimientos y orientan la acción política en función de los mismos.

La democracia es un sistema frágil que -tal como alertaron sus fundadores atenienses- se encuentra amenazada por la demagogia, que hoy encarnan no pocos «líderes», quienes, frente a problemas serios como la falta de trabajo, de educación, la inflación, la pobreza de más del 40% de la población ofrecen soluciones casi mágicas que no pueden cumplir.

Desgraciadamente, la demagogia es una práctica habitual en la política que apela a los sentimientos y las emociones de la población para ganarse su apoyo a través de la retórica. El político usa la demagogia para incentivar las pasiones, los deseos o los miedos de la gente, con el único fin de conseguir el voto.

En la década de 1980, Teresa Parodi compuso el Candombe de Morondanga, que popularizó con Antonio Tarragó Ros. Relata las andanzas de Aristóteles Morondanga, un político charlatán, sólo preocupado por el poder, que usaba a los votantes para conservarlo. Mezclaba conceptos absolutamente antagónicos, afirmando por ejemplo que «hemos detenido taxativamente el avance de la inflación, aunque no ha sido posible detener los precios». Cualquier parecido con la actualidad que vivimos octubre 2021, pura coincidencia.

La referencia a Morondanga viene a cuento para señalar la calidad de la gran mayoría de los políticos argentinos (hay excepciones), cuya vida está centrada en ocupar cargos de poder dentro de la estructura del Estado y, en el peor de los casos, mantenerse en ellos hasta que obtengan la posibilidad de ascender.

Así estamos entre demagogos que creen que solucionan las cuestiones más caras a la sociedad poniéndole «platita» en el bolsillo a la gente y Morondangas que gastan lo que no tienen y prometen lo que no pueden cumplir. Olvidando que la dignidad y el respeto no se compran con plata.

Y en este Cambalache (“Vivimos revolcaos en un merengue y, en el mismo lodo, todos manoseaos») estamos todos nosotros, con el convencimiento que las utopías existen y que los países no se suicidan. «La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar»(Galeano).

No dejemos que nos hagan creer que somos una República de Morondanga y ciudadanos republicanos de Morondanga sin dignidad, cuando le damos el poder a charlatanes es muy doloroso reconocer que hemos sido engañados, porque no sólo es culpa del gobernante mentiroso sino del ciudadano que cree las mentiras, que con «platita»  -ya que es así chiquita porque no vale nada- devaluada, electrodomésticos o bicicletas alcanza para llevarse puesta nuestra decencia.

Que nuestra utopía sea el compromiso por mejorar y lograr una sociedad más justa.

(*) Alicia Laino es abogada, docente y concejal por la Unión Cívica Radical – Juntos por el Cambio.