Si uno habla de Miguel Alegrí, indefectiblemente piensa en cultura. Es que es un rasgo innato en Miguel, que con el correr de los años fue forjando, primero, en familia; y luego por la propia curiosidad que lo llevó de aquí para allá queriendo saber más, conocer más; y maravillarse con cada cosa que conoció no sólo de Argentina sino del mundo, del que aún le faltan lugares por conocer. Y va detrás de ese sueño por cumplir.
Profesor jubilado, como a él le gusta definirse. Su paso por la educación le dejó amistades y alumnos que lo reconocen, con afecto, como docente. «¡Y eso que era exigente!», dice él.
Museólogo, concretó junto a un grupo de educadoras jubiladas el propósito de que General Villegas cuente con un Museo Histórico Regional, que a diario recibe visitas de distintos lugares del país y del exterior, porque el turismo está permanentemente de paso por nuestra ciudad.
Todo lo hace con entusiasmo, y se le nota. Con un amor y una pasión que hacen la diferencia, sea lo que sea que cada uno haga. Se reconoce de perfil bajo, sin demasiadas ambiciones, eligiendo vivir de una manera que, al final, pueda decir: «¡La pucha que valió la pena!».
En esta charla te acercamos a un Miguel Alegrí más íntimo que el que todos conocemos. La historia de un villeguense que, en cada paso, hace historia. Y deja huella.
Miguel Alegrí, ¿hijo de?
De Miguel Alegrí y Nélida López.
¿Cómo era su relación con sus padres?
Muy buena, extraordinaria, porque eran personas que vivían enseñándote, educándote y se tomaban todo el tiempo. Tuve la gran dicha que, en especial mi padre, que era herrero y carpintero, fuera una persona muy intelectual. Tenía una excelentísima biblioteca, que conservo todavía, con los clásicos rusos, europeos, americanos y argentinos. Así que desde muy chico yo escuchaba en la mesa, en la sobremesa, hablar de Edmundo De Amicis, de los Apeninos de los Andes y temas clásicos que te van dando otro vuelo.
Una época donde a pesar del trabajo había tiempo para la familia.
Sí, sí, sí. Mi papá era como un niño, prácticamente. Él era muy joven cuando nacimos nosotros, así que como era un gran artesano, vivía haciéndonos juguetes en la carpintería que tenía. Y era famoso por los barriletes, él los hacía y después nosotros íbamos a concursar por todos los lugares. Teníamos la vía enfrente, que era un mundo de chicos que venían de todos los barrios de la ciudad, y allí nos juntábamos todos.
¿Qué rasgos de cada uno permanece en usted?
Mi papá era una persona muy creativa. De hecho, trabajó con grandes artistas. En el caso de Carlos Alonso, él vivía en la herrería y juntos hacían figuras de hierro. Mi papá a veces le sugería. También Antonio Carrizo estaba siempre allí, y yo me crié en ese mundo. Y de mi mamá heredé el trabajo y la perseverancia. Sí, algo extraordinario. Mi madre, extremadamente trabajadora. Ella toda la vida fue una mujer muy independiente. Trabajó muchísimos años como costurera de Casa Costanzo. Arreglaba las bombachas, las camisas. Me acuerdo que Felipe Mendoza, que trabajaba allí y éramos vecinos, le llevaba los trabajos, que eran interminables. Trabajó toda la vida con Chocha Migueliz, una modista de primera. Mi mamá, que era una costurera exquisita, le hacía las terminaciones a todos los vestidos que Chocha hacía. La señora de Ahumada también le llevaba cosas. Entonces, a mi casa siempre llegaba gente, para mi mamá y para mi papá. Así que me crié en ese mundo. Y lo más maravilloso de esto es que siempre los tuve en casa. Cada vez que yo llegaba o cuando me iba, estaban los dos. Ese es un privilegio que tuve.
¿Cómo define su infancia?
Ahora uno grande gira la cabeza hacia atrás y con mis hermanos decimos que tuvimos una infancia privilegiada. Te digo por qué, además, porque por parte de mi mamá, mis abuelos tenían una chacra muy grande a las afueras. Entonces nosotros pasábamos temporadas y todo el verano con los caballos, con los animales, bañándonos en el tanque, andando en el sulky, en el charré. Algo maravilloso, claro. Me acuerdo de mi abuela Victoria, más todavía, poniéndose en la cabeza un pañuelo y en la falda, sobre las piernas, una pequeña manta escocesa. Y yo ahora lo veo en las películas inglesas y digo… mirá de donde heredaron esas costumbres.
Hablemos de Miguel Alegrí adolescente.
Vos creerás o creerán que tuve un mundo maravilloso y realmente lo tuve, porque ¿sabés dónde me crie en mi adolescencia? En el taller de Maruca Carrozzi. Yo me formé allí, ella me formó junto a su hermana Rita. Allí, además de trabajar, iba a pinturita y hacíamos bellas artes. Allí le ayudé a Maruca a hacer las grandes exposiciones que Carlos Alonso hacía. Por ejemplo, la Divina Comedia y otras exposiciones que hacía en Buenos Aires, o en el extranjero. Las escenografías que él montaba se hacían acá. Entonces, tuve esa gran fortuna que te vas formando y además le dediqué ese tiempo. Yo no me distraje en otras actividades.
Se fue formando, ¿sin pensarlo?
Yo creo que había una tendencia a eso, porque mi padre era el que nos llevaba a esas situaciones. Uno siempre tuvo sueños también, ¿no?. De hecho, siempre nos gustaron los objetos antiguos, restaurarlos. Muchos años, en la casa de Tito Carrozzi, el taller de Maruca se transformaba en taller de instrumentos musicales, ahí se arreglaban. Entonces allí iba mi padre, otra persona de la que tengo un gran recuerdo, Ciro Ausili, además de Tito, y arreglaban los grandes instrumentos. Entonces, era un entorno donde la vida te enseñó a concretar situaciones, ¿no?. Sumale a eso que yo hice la escuela industrial. Todo esto a mí me dio muchísimas ventajas en la vida, porque cuando recorrí el mundo sabía hacer muchas actividades, y las pude hacer. Eternamente agradecido por eso.
Un nombre… Nora.
¡Ay, sí! Tuve la fortuna, la dicha, de conocer a una mujer muy inteligente. Primero de todo me impresionó su inteligencia, porque si tenías el cielo nublado, en tres palabras salía el sol. Nunca más encontré eso. Ella era muy moderna. Yo la conocí por su hermana Alicia (Compagnucci), que fue una gran amiga mía. Te voy a contar una intimidad. Una vez voy a lo de Alicia, entro a la casa y Nora me dice que ella no está. Nora estudiaba en Buenos Aires y había venido. No sé cómo me animé y la invité a tomar un café al club. Ella me dijo: ‘No, invitame a tomar un café a tu casa, que Alicia me dijo que tenés una casa muy bonita’. Yo vivía allá en la calle Di Giorgi, una casita colonial. Me impresionó mucho, porque era una mujer liberal, moderna, de vanguardia. Y bueno, ahí empezamos. Estuvimos cinco años de novio y diez juntos. Muy poco, pero fueron bárbaros. Y me dejó dos chicos maravillosos.
Los hijos, ¿divino tesoro?
¡Ah, sí! La vida me quitó, pero también me dio mucho, porque tuve un gran entorno, también por las amistades de ella, que me ayudó muchísimo. Entre ellas Francisca Bales y Gabriela Morro, una abogada de San Antonio de Areco; y una tía que adoro, Elena Piñas, que venía todos los días a enseñarles matemática. Ellos tenían cuatro y seis años. Los dos son brillantísimos en matemática, increíble. Así que yo estaba tranquilo y acompañado.
¿Cómo se llaman sus hijos?
Santiago Miguel, que tiene 26 años; y Francisco José, de 28. Te voy a decir algo: cuando nacieron yo le dije a Nora que les íbamos a poner el apellido de ella también. Pero me dijo: ‘De ninguna manera. Son Alegrí’. Cuando falleció, al otro día fui al Registro Civil, hice rectificar los documentos y llevan los dos apellidos, Alegrí Compagnucci. Ellos viven en Buenos Aires. Uno se recibió en Filosofía y Letras en la UBA; y el otro está estudiando Ingeniería.
Si usted tuviera que escribir su propio perfil, ¿cómo se describiría?
En primer lugar, soy una persona constante, perseverante y disciplinada. Creo que son los pilares fundamentales para avanzar y concretar un ideal. Y si uno lo puede hacer con cariño, con amor y alegría, mucho mejor. Creo que es así.
Profesor jubilado además. ¿Qué le dejó su paso por la educación?
Le debo todo a la educación, porque en los momentos más difíciles de mi vida, muchos maestros, compañeros, fueron a mi casa al otro día y me dijeron: te esperamos en casa, te esperamos en la escuela, Miguel. Y fui a la escuela hasta el día que me jubilé. Siempre me ayudaron, me contuvieron y compartí cosas. Por supuesto yo también ofrecí, di todo mi cariño, mis esfuerzos y siempre tuve muy buena relación con los alumnos. Aunque a veces era muy duro, cuando hoy me encuentro con esos alumnos me reconocen por eso.
Fue también un trotamundos. ¿Una experiencia que repetiría?
¡Sí! Ya no con la misma fuerza, pero lo haría y lo voy a hacer. Tengo proyectado en el futuro algún viaje más o menos interesante, pero siempre me gusta ir a lugares que no conozco. Te voy a decir qué me pasa con los lugares donde yo viví y fui muy feliz. Cuando yo me fui del país no estaba emocionalmente muy bien, entonces me recuperé, disfruté y fui muy bien acogido. Pero a aquellos lugares me cuesta volver, ¿sabes por qué? Porque hay mucha gente que ya no está, entonces tampoco quiero que sea algo melancólico. Yo estoy en contacto con todos mis familiares y con mucha gente que viví por el extranjero, pero me da temor encontrarme con eso, entonces busco siempre nuevas experiencias en lugares que no conozco. Te da la posibilidad de conocer gente.
¿Y cuál es la idea entonces?
Como viví en Europa y viví en el Cercano Oriente, conocí las grandes civilizaciones y los países del primer mundo, donde en algunos lugares está casi todo hecho, ¿entendés? Entonces siempre dije que tengo que volver y tratar de hacer algo de lo que se hizo acá. Eso me hizo ser más fanático latinoamericano y con ciertos dejos de nacionalista, porque aprendí en el mundo y en los países por donde viajé, que ellos están primero y se hacen sentir. Yo viajé a Cuba, conozco Paraguay, Chile, Uruguay, Brasil; y quiero, antes de irme de este mundo, conocer la gran mayoría de los países latinoamericanos. Entonces, aunque no quieras creer, me encantaría conocer Bolivia y Ecuador. ¿Bolivia por qué? Bueno, porque he sido profesor y sé que allí hubo ciudades como Potosí, que era de las más grandes del mundo en el 1700. La Paz, Sucre, Guayaquil, donde anduvo San Martín. Y después iría a Colombia. Esa es mi ambición, así que en eso ando.
¿Se arrepiente de algo, Miguel?
No, no. Fui demasiado honesto en mi vida. Fui muy tranquilo por la vida y a esta altura del partido puedo optar y permitirme trabajar ad honorem para la comunidad y devolverle lo que me dio. Junto con un grupo de docentes creamos un Museo y de allí ejercemos la docencia, educando al soberano. Es lo que uno va a dejar.
Además del viaje que mencionó, ¿queda algún un sueño por cumplir?
Me gustaría tener algún nieto, pero eso lo decide la vida, ¿no? Desde ya, yo igual muy feliz con mis dos hijos, que nunca me llamaron para contarme algo que me podía perjudicar o algún problema. Viví tan despreocupado en ese sentido; y siempre cosechando triunfos de ellos, porque fueron buenos alumnos, son buenas personas. Son un poco como uno, ¿viste? Y como Nora. Tranquilos y muy honestos. Sin dar muchos problemas. Son muy alegres y desde el punto de vista material no son muy ambiciosos. Se conforman con lo justo y necesario, la búsqueda de ellos es otra. En eso coincidimos también.
¿Cómo es un día de Miguel?
Soy bastante disciplinado, yo el día anterior sé qué voy a hacer el día siguiente. Entonces, por ejemplo, sé que tengo que cumplir tantos puntos cardio, tantos pasos. Todos los días tengo que buscar la manera, por más compromisos que tenga, de caminar. Tengo que hacer todo ese ejercicio para llegar al fin de semana cumpliendo el objetivo. Y a eso se suman mis actividades en el Museo. Siempre en el trabajo tuve muy buena relación con los compañeros y la gente que trabaja allí, de igual a igual, entonces es muy armónico y muy divertido. La pasamos bien, y así va transcurriendo la vida, ¿viste?
¿Le gusta cocinar?
Mucho, sí, sí. Y tengo todos los elementos para cocinar, una buena olla de hierro, una buena olla de cerámica que compré en el norte, las Essen y todo lo más sofisticado, de acuerdo a la comida.
¿Cuál es el plato preferido suyo?
No sé, a mí me gustan las comidas agridulces. Me gusta por ejemplo un lomo con miel y azúcar mascabado, un purecito de manzana… qué sé yo. A veces empiezo a mezclar y a probar; y me sale bien ¿eh? Abro la heladera cuando hay poco y entro a ponerle todo a la olla.
¿Un libro para leer?
Yo tengo de cabecera El Quijote de la Mancha, porque es un libro que te educa, que te enseña y que siempre te está abriendo el camino, ¿viste? Ese es el libro que tengo en la mesa de luz y cada tanto lo releo.
¿Una película que hay que ver?
Vi muchas, porque yo en la escuela siempre, de acuerdo al periodo histórico que íbamos desarrollando, daba una película. La lista de Schindler, sí. Recuerdo esa película con mucho cariño en el tema de los judíos, el campo de concentración y todo eso.
Un lugar, su lugar.
Mi casa. Yo estoy rodeado de todo un mobiliario y una estructura especial. La cocina, la mesada… tengo una cocina gigante. Tengo un mortero de mármol que era de mi abuela Victoria, que era el que tenía en la chacra y le daba el agua a las gallinas ahí. Es divino. Bueno, está puesto allí. Por el lado de Nora también heredamos unos hermosos muebles y uno está rodeado de todo eso tan querido. De cosas que tienen un significado.
Un día perfecto, ¿qué debería incluir?
Que pregunta más difícil. Y, no sé, primero que sea un buen tiempo, en un clima de armonía, de tranquilidad. No sé, me veo recorriendo el patio. Tengo un patio muy grande y muchas flores. Ese sería un día perfecto.
Si le digo Buenos Aires, ¿qué me dice?
Es mi ciudad preferida. Y eso que conocí grandes capitales del mundo y viví en otros lugares. Buenos Aires es diferente, única, porque la actividad cultural que tiene se ve en muy pocas ciudades del mundo. Creería que sólo en Londres y Nueva York. Porque si bien ves por los medios a París o Madrid, a las nueve de la noche no anda nadie por ahí. Y eso que acá fueron aumentando las crisis, pero recuerdo que hace 20, 30 años atrás Buenos Aires era un mundo, una locura, las librerías en la calle Corrientes, los teatros, los cines. Sigue siendo, aunque ya no es tanto. La actividad es arrolladora. Y el porteño es genial, cómo se conduce, cómo se maneja y cómo se intercambia. La mujer porteña es genial. Cada tanto viajo. Tengo un departamento allá, voy a visitar a mis hijos y ya tengo la agenda hecha de adónde voy a ir, porque hay tantas cosas… Lo maravilloso es que además todo es gratuito. En muy pocos lugares ves también eso. Ir a escuchar un gran concierto en el Parque Centenario, dirigido por uno de los grandes y los componentes de la orquesta de los mejores del mundo. Porque nosotros, desde Argentina, no solamente tuvimos o tenemos grandes jugadores de fútbol, también grandes músicos. Bruno Gelber, Schifrin, Marta Argerich. A muchos de ellos tuve la oportunidad de verlos. Entonces siempre digo misión cumplida, porque son grandes entre los grandes. Eso te llena y por ahí también te limita, porque después de eso ya no concurro a ningún lado, porque ya vi lo mejor. Siempre busco eso en la vida, hasta ahora. Cada vez que vaya a algún lugar, tiene que ser lo mejor.
Un hobby.
Como soy hijo de artesanos y viví en un mundo artesanal, a mí me gusta mucho la cerámica. Entonces yo en mi casa, hace unos cuantos años, hice un horno de barro para cerámica. Modelo piezas en barro y después las horneo, las cocino en ese hornito. Pero como esto lo aprendí en el taller de Maruca, sé hacer moldes. Y en verano hago los moldes de pájaros, porque a mí me gustan. Y en papel maché.
¿Qué no cambiaría por nada en el mundo?
Vivir en la Argentina. Fanático argentino. Muchos sueñan con estar en otro lugar, pero muchos vuelven. Y cuando no pueden volver, hasta les pagan el pasaje. Yo fui y vine con mi propio dinero, y ya estaba decidido a volver y quedarme acá. Eso lo tenía decidido. No me veía viviendo en una capital, rodeado de gente que no tiene nada que ver con mi entorno. De ninguna manera. A pesar de todo lo que vivimos y sufrimos, es una sociedad donde hay tranquilidad, seguridad, armonía, espacios creativos y mucho para hacer. Yo quisiera que mucha gente fuera al extranjero y saliera del centro. Y de Latinoamérica ni hablar. Somos un país privilegiado en ese sentido. Que habrá que corregir y moderar situaciones, sí. Pero es un país totalmente pacífico. Y no es para nada racista (ahora que se habla de esto con la selección), sino lo opuesto. Recibimos a todo el mundo con los brazos abiertos. Somos eso nosotros, la comunión de diferentes razas y se va para adelante. Acá problemas religiosos no tenemos y ¿cuántas regiones de Europa y del mundo llegaron por eso, y acá no lo repitieron? Es un crisol de razas y de religiones.
¿Es un hombre feliz?
Creería que sí. Qué pregunta me hacés. Siempre uno quiere más, pero creo que voy alcanzando los objetivos que alguna vez en la vida me propuse, y lo voy haciendo con alegría. Eso significa, entonces, que soy feliz.