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domingo, diciembre 15, 2024
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Pendril Gunningham: el inglés que encontró su destino a 11.000 kilómetros de su casa

Su familia heredó una parte de lo que fue «United Estancias», un enorme bloque de tierras en el noroeste de la Provincia de Buenos Aires. Mientras sus familiares prefirieron quedarse en Inglaterra, él decidió aventurarse y vino a ver qué era esas estancias familiares. Hoy tiene 82 años y hace 60 que vive en la Estancia San Jorge del Paraje El Día.

 

Una de las características más conocidas de los ingleses es su puntualidad. Por eso el cronista de Actualidad llega 10 minutos antes de lo pautado a Estancia San Jorge, donde Pendril Gunningham, dueño de aquellas más de 4.000 hectáreas, espera en las oficinas.

El calor de la tarde es bochornoso, pero allí dentro, en aquella construcción de techos altos y espacios generosos, tan antigua como bien conservada, la temperatura es fresca sin necesidad de aires acondicionados (que los hay, pero están apagados) ni ventiladores.

Tras los saludos y las presentaciones de rigor, pasamos a una sala que parece ser de reuniones: rectangular, amplia, luminosa, con una enorme mesa en el centro y doce sillas dispuestas a su alrededor. El ambiente rezuma esa austeridad sajona: simple y funcional, nada demasiado fastuoso, muebles y aberturas de maderas nobles.

En una de las paredes hay un cuadro con la leyenda “Rainfall chart – 1906-2009”: un gráfico de barras que marca la progresión de las lluvias en la Estancia. En la primera parte de esos 103 años están los récords, donde 1918 es el año que más llovió (1400 mm) y 1936 el de mayor sequía (400 mm), pero en su mayoría los registros anuales son inferiores al promedio (900 mm). A partir de la década del 70 las barras empiezan a crecer y se aglutinan como si fuesen rascacielos, superando todos los años (con honrosas excepciones) ese promedio. Es la historia del cambio climático y de nuestras inundaciones.

En otra pared hay un antiguo mapa donde se muestra ese gigante de 60.000 hectáreas que alguna vez fue United Estancias y que, luego de algunas ventas y reiteradas sucesiones y subdivisiones familiares, fue modificándose a través de los años.

En la cabecera, hay un planisferio enorme, gigante, que cubre toda la pared. En la otra punta de la mesa se sienta Pendril, enfrentándose al mundo, tal como lo hizo aquella vez cuando, con poco más de 20 años, decidió dejar su Inglaterra natal, hacer un viaje de tres semanas en barco y recorrer los más de 11.000 kilómetros que separan General Villegas de Gran Bretaña.

Antes de comenzar a hablar, Pendril muestra un cuadro: es George Drabble, su bisabuelo, la piedra basal de la historia de su familia, el hombre que explica por qué él –nacido y criado a 20 millas (unos 32 kilómetros) al oeste de Londres- hace 60 años que vive en el distrito de General Villegas. También exhibe otro retrato:

-¿Sabe quién es?- pregunta.

-Churchill- respondo.

-Churchill- ratifica sonriendo y achinando los ojos hasta que casi le desaparecen.

En perfecto y fluido inglés (obvio, es su lengua materna) llama a su hija Antonia y le dice que se sume a la entrevista, que la historia que va a contar también es la suya. Antonia se sienta junto a nosotros.

El comienzo de todo: George Drabble

Pendril Gunningham nació en 1937 y tiene 82 años. Tuvo dos hermanas mayores, de las cuales una de ellas aún vive en Inglaterra. Luego de terminar el Colegio y hacer el servicio militar, decidió venir a la Argentina en el año 1958. Pasó 9 meses en nuestro país y retornó a Inglaterra, donde transcurrió otros 9 meses y finalmente optó por radicarse definitivamente en ese recóndito punto de Sudamérica que es “Estancia San Jorge”. Si bien hace 60 años que vive en la Argentina, todavía conserva un acento muy marcado y algunos términos ingleses se entremezclan con su castellano cuando reflexiona entre dientes.

Pero para entender la historia de Pendril primero hay que hablar de George Drabble, su bisabuelo y la persona por quien Estación Drabble recibió ese nombre. Pendril no sabe la historia completa, que se ha ido perdiendo con el paso del tiempo, pero a grandes rasgos explica el rol central que ocupó su bisabuelo.

George vino desde Inglaterra entre el 1840 y 1850. En su país natal tenía una compañía lanera y vino a la Argentina en búsqueda de lana. Sin embargo, pronto decidió que la lana no iba a ser un buen negocio y entró al primer banco inglés, del cual terminó siendo dueño y presidente por muchos años: el Bank of the River Plate.

“Ahí es donde hizo su fortuna. Prestó plata al gobierno de Argentina para financiar la guerra al Paraguay. Suponemos que todos estos campos fueron dados por el gobierno en forma de pago de la deuda. Entre 1870 y 1880. Los campos originales eran un bloque: Estancia Drabble, La Liliana, La Belita, San Jorge, El Día, La Aurora, La Madrugada. También tuvo campos en Villegas (San Eduardo y San Alfredo) y al sur de Venado Tuerto, pero suponemos que esos los fue comprando”, cuenta Pendril.

George tuvo cuatro hijos varones y una mujer. Pero sus descendientes (con la excepción de un nieto llamado Eduard) no se radicaron en Argentina, sino que se quedaron en Inglaterra.

“Cuando llegué acá, en el año 1958, había una compañía administradora australiana. Ellos manejaban estos campos y otros campos de ingleses en la zona. Todos esos campos estaban en marcha, bajo la administración de esta compañía. Vine a ver cómo eran y qué eran esas estancias de la familia. Me dije ‘En vez de trabajar para alguien en Londres vengo acá y trabajamos lo que es nuestro’. En ese entonces San Jorge tenía 9 mil hectáreas, pero mis tíos decidieron vender su parte y yo heredé lo de mi madre”, comenta.

“Llegué a Estación El Día en tren de camarote. Al principio no sabía nada de campo, y no mucho de cualquier cosa. Mientras la compañía administraba, yo aprendía. Después me largué solo. En esa época era distinto, uno no necesitaba mucho conocimiento para manejar un campo. En esa época era vacas de cría, un poco de cosecha, trigo, alfalfa. No tenía que ser un genio para administrar un campo. Ahora es un poco más difícil porque es más tecnificado”, agrega.

Describe su vida como sencilla: a los dos años de estar radicado aquí se casó con quien es hoy su mujer y tuvieron cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres.

“De entrada me di cuenta que mi vida iba a ser acá, manejando lo que heredé. Mantuve contacto con Inglaterra, iba casi todos los años y mi madre venía acá a pasar unas semanas. Todavía sigo yendo a Inglaterra bastante seguido porque tengo una hermana que vive allí, bastantes lazos tengo en Inglaterra. Pero no cambiaría 60 años de vida en el campo. No sé qué haría si la cambiara. Esta fue mi vida, en esto me eduqué en mi juventud. Nunca se me ocurrió salir de acá o vender”, sostiene Pendril.

El método inglés

La Estancia San Jorge es, además, una fuente de empleo para la zona. Entre la agricultura, la ganadería y el tambo (hay dos tambos con 900 animales), unas 34 personas trabajan allí.

A lo largo de la historia, muchos empleados vivieron y otros todavía lo hacen en las casas ubicadas en el casco de la Estancia, construidas con el objetivo de albergar a los trabajadores y a sus familias.

Consultando a algunas personas del ámbito rural –y hasta a algunos empleados de la Estancia San Jorge- los comentarios fueron siempre los mismos: buenas condiciones laborales, trabajo bien remunerado y Pendril (o “el patrón”) es un señor. Cuando este tema aparece en la conversación, Antonia –quien desconoce el funcionamiento del campo porque ha estado fuera del país por más de 30 años y regresó a la Argentina en enero-  ofrece una excelente explicación: “Mucha gente del pueblo se ha criado acá. Recuerdo que cuando era chica estaban los abuelos y ahora empezaron a trabajar los hijos y los nietos. Son familias”.

Pendril se explaya un poco más: “La diferencia de la comunidad inglesa, que ya no existe más pero antes había muchos, es vivir en su campo. Los ingleses que quedan por acá todavía viven en su campo. La mayoría de los argentinos no viven en su campo. Como núcleo de manejo de gente, para poder tener buena gente y tenerla bien ordenada en su trabajo y bien remunerada, estar en el campo es importante. El dueño vive en su campo, ahí está la diferencia. Es una forma de vivir. No digo que no haya campos donde no viven los dueños que no estén bien manejados, pero es una ayuda a la parte familiar”.

La historia de SIGRA

Pero no todo es Estancia San Jorge. La familia Gunningham es, además, una de las dos dueñas de SIGRA, una histórica empresa que se encarga del acopio y almacenamiento de cereales, agroinsumos, semillas y tratamiento de semillas, combustibles y lubricantes, seguros, servicios de logística y distribución y de todo lo indispensable para acompañar a las necesidades del productor agropecuario local.

Dicha empresa surgió en 1972 como planta de acopio, formada por 8 miembros del grupo CREA Villegas. Pendril Gunningham no fue socio fundador, pero compró las acciones de uno de ellos. Con el paso del tiempo, la sociedad se fue reduciendo hasta que solamente quedaron dos accionistas.

En la actualidad la planta cuenta con capacidad para 20.000 toneladas de almacenaje entre dos plantas ubicadas en el partido de General Villegas, una de las cuales tiene salida directa al ferrocarril.

Una de las metas de la empresa es lograr el desarrollo integral y eficiente de la actividad agropecuaria local.

Pasión por el campo

Durante el tiempo que dura la entrevista, solamente hay dos temas en los cuales Pendril Gunningham muestra un particular interés: el campo y los avances tecnológicos aplicados a la actividad rural.

Recuerda con gratitud la época de sus cabañas de raza Shortorn y Hereford, cuando el campo argentino aún no se había volcado masivamente al cultivo. “Es una parte importante de mi vida, porque la cabaña me permitió ir a congresos, ir a exposiciones como Palermo, tener relaciones con otros países del mundo que tenían las mismas razas que nosotros. Viajaba a través de los congresos: Sudáfrica, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Escocia. Conocí mucha gente, fueron años de vida que me abrieron el panorama de contactos con el resto del mundo agrícola-ganadero”, explica.

El avance tecnológico es un tema que le atrae. Remarca que el campo argentino es la parte que más se ha desarrollado “técnica y humanamente” del país en los últimos 50 años, comparado con el resto de las actividades. “Seguramente el avance técnico del campo va a seguir y probablemente voy a ser poco parte de esto”, dice.

Sin embargo, evita darle un cheque en blanco al avance tecnológico y se muestra reflexivo. Cita el último libro que leyó –“Homo Deus”, escrito por Yuval Noah Harari- donde se destaca las virtudes de la tecnología como herramienta para acabar con las enfermedades, la pobreza y demás problemas de la humanidad; pero donde, al mismo tiempo, se advierte que la evolución exponencial de la tecnología (al borde de la inteligencia artificial) hace que el futuro sea impredecible.

“Uno no sabe lo que va a venir. El avance tecnológico en el mundo en los últimos años ha sido tan rápido y, en cierto modo, tan descontrolado que nadie sabe lo que realmente va a pasar. Estamos hablando de robots y tecnificación. Ya se está hablando de tambos rotativos, de tambos robot con menos empleados: la vaca se ordeña automáticamente. Yo prefiero el sistema actual, seguir con lo que yo conocí, pero actualizado y más sofisticado. Cuando llegué acá, los teléfonos andaban con manija. Hablaba con la central de El Día. Incluso hablé con Inglaterra dos veces. Pero, reflexionando un poco, en esa época de difícil comunicación igual funcionábamos. Distinto, menos dinámico, pero funcionábamos”, concluye.

Una cosa es seguro y no va a cambiar: pase lo que pase, Pendril continuará trabajando la tierra que cultivó durante 60 años; esa tierra que, a miles de kilómetros de distancia de su Inglaterra natal, se convirtió en su hogar y le permitió formar a su familia. Aunque la mayor parte de la administración ha pasado a su hijo Dominic, la figura de Pendril sigue sobrevolando todo. «Cuando un productor agropecuario vive en su campo no se jubila nunca. Dominic va tener que aguantarme unos años mas», dice mientras sonríe y sus ojos se achinan hasta casi desaparecer.