La concejal Cristina Liprandi atendió a DataTrenque y rememoró el que fuera el primer gran golpe montonero. Ahí estuvo. Hoy, a los 73 años, es edil y dirigente de Suteba en General Villegas. “Siempre fui y moriré peronista”, resalta Se cumple medio siglo de un hecho que sacudiría nuevamente al país que transitaba tiempos de convulsión y violencia. Un año antes se había producido el “Cordobazo” y hacía un mes el asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu en Timote. Tambaleaba la dictadura de Juan Carlos Onganía, ese primero de julio de 1970 cuando un grupo de militantes Montoneros copó la localidad cordobesa de La Calera, a sólo 10 kilómetros de la capital mediterránea.
Participaba de ese operativo una joven veinteañera, Cristina Liprandi, hoy de 73 años, que en la actualidad reside en la ciudad de General Villegas, a poco más de 100 kilómetros de Trenque Lauquen, y que en diálogo exclusivo con DataTrenque refiere secuencias de ese episodio y otros que delinearon su trayectoria militante.
Por estos días, Cristina se desempeña, desde diciembre de 2019 como integrante del bloque del Frente de Todos en el Concejo Deliberante de General Villegas, y además ejerce allí la Secretaría General del gremio docente SUTEBA, que lidera a nivel provincial Roberto Baradel.
Pero algo más de 50 años atrás fue una de las cofundadoras de Montoneros en Córdoba, junto, entre otros, a quien era su esposo entonces Ignacio “Nacho” Vélez Carreras, del que luego se divorciara, y que es el único de los condenados por el secuestro de Aramburu que aún permanece vivo.
Cuenta que “todos veníamos de familias de arraigo y buen pasar; mi padre que era escribano tenía ideas políticas conservadores, al igual que otros miembros del entorno familiar en su mayoría también profesionales, y eso se reproducía en las demás familias de mis compañeros”. Aclara que “ello no dificultó que a pesar de esas diferencias, tuviéramos una excelente relación, hoy aún con mis hermanos”.
Al connotar su inserción en Montoneros y su filiación peronista que reafirma – “siempre lo fui y moriré peronista” – lo fundamenta: “veníamos del catolicismo, y hasta teníamos compañeros sacerdotes, y era una necesidad pensar en el otro, eso era lo que nos movía, y nos hacía soñar que nuestra lucha nos podía llevar a un país posible, libre y justo, porque
gobiernos elegidos democráticamente no podían finalizar sus mandatos a raíz de sucesivos golpes militares que los derrocaban, y en nuestro caso, además, teníamos el triste recuerdo del intento de destituir a Perón mediante el cruento bombardeo en la Plaza de Mayo, y la posterior proscripción del peronismo”.
Cerca de las siete de la mañana de ese 1 de julio de 1970 el comando montonero llegó a La Calera en varios vehículos, y durante una hora se apoderaron de la central telefónica, la sucursal del Banco Córdoba, la comisaría, el correo y la Municipalidad. Se llevaron armas y dinero. En la comisaría, los policías fueron encarcelados y obligados a cantar la marcha
partidaria. Mientras tanto, otros militantes pintaban “Montoneros” y “Perón o muerte” en las paredes del centro, y en la huida como mensaje final dejaron encendida una grabación que desde un altoparlante reproducía incesantemente “La Marcha Peronista”. Cristina pone su acento ahí como para destacar el detalle pintoresco de la operación: “fue muy lindo eso”.
– Por qué eligieron La Calera?
– La elegimos porque La Calera tenía una población muy peronista, y además como un homenaje ya que fue el último foco de resistencia que tuvo la mal llamada Revolución Libertadora.
-Y su rol específico en el copamiento?
– Nada específico, todos hicimos un poco de todo, yendo de un lugar a otro, donde hacía falta, pero nada improvisado porque habíamos tenido nuestro entrenamiento.
– Es notable la coincidencia, porque cuatro años exactos después, moría Perón
– Bueno, entonces interpretémoslo como un homenaje anticipado al
general Perón.
Aquel éxito inicial se desvaneció enseguida, ya que varios integrantes del grupo fueron detenidos, y a Cristina le tocó ser protagonista del tiroteo que se suscitó en la casa que habían alquilado en el barrio Los Naranjos. “Fue algo desigual – explica – 300 gendarmes contra los 5 que éramos allí”. En el lugar fue herido gravemente Emilio Maza, muriendo una semana después. “El Gordo”, como lo apodaban, había participado activamente un
par de meses antes en el secuestro de Aramburu.
Lo que siguió luego fue un año de detención en la cárcel de mujeres del Buen Pastor, donde compartió celda –según indica a DataTrenque – con Ana María Villarreal, esposa de Roberto Mario Santucho, jefe del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), que sería asesinada en agosto de 1972 en la denominada “Masacre de Trelew”. Precisamente, esta última
organización conjuntamente con Montoneros planearon, y dieron soporte logístico para facilitar la fuga de ambas, junto a otras tres presas.
“No fue muy complicado” puntualiza Cristina. La crónica describe que al anochecer del 11 de junio de 1971, cuando dos empleadas sacaban la basura del penal hacia la vereda por una puerta donde no había guardia, las mujeres aprovecharon el descuido, y ganaron la calle, donde las esperaba un apoyo externo que las devolvió a la libertad.
La perdería otra vez, ya en Buenos Aires, pero la recuperaría en la noche del 25 de mayo de 1973, beneficiada, como otros presos políticos, por el indulto de Héctor Cámpora, que ese día había asumido la Presidencia de la Nación, y lo había prometido en cada acto de la campaña electoral.
Llegarían tiempos más calmos o no tanto. Cristina ya había formado pareja con Alfredo Labarta, otro compañero de militancia, cuando en Buenos Aires los sorprende la crisis provocada por lo que se conoció como el “Rodrigazo”, política de ajuste, devaluación y alta inflación, que dejó un profundo daño en la economía y en la sociedad.
“Nos quedamos sin trabajo, y ya con mi primer hijo, apenas un bebito, se nos hizo muy difícil, así que decidimos buscar un nuevo horizonte”, razona.
– Y porque ese nuevo horizonte lo encontraron en General Villegas?
– Mi esposo tenía familiares allí, y Villegas nos ofrecía la oportunidad de volver a trabajar. (Cristina fue maestra rural, y en la actualidad aún trabaja como preceptora)
-Al asumir como concejala juró por Perón, Evita, Néstor y Cristina. Qué simboliza la elección de esos nombres?
– Los cuatro nombres enlazados representan la única línea del peronismo válida, que une a su historia este presente y futuro, saltando por encima de otras expresiones que se dieron en el pasado, llámense menemismo, duhaldismo, y otras.
– Después de tanto recorrido por la militancia, reivindica en un todo su lucha o siente la necesidad de alguna autocrítica.
– Sería para hacer una discusión más profunda, aunque es una dialéctica que no tiene sentido en nuestros días, todo quedó atrás en la historia; hay que mirar hacia adelante, construir desde cada uno de nuestros lugares, y amar lo que uno hace. Como en mis días de joven, también pongo mis esperanzas en la juventud. Creo profundamente en este gobierno que tiene una tarea muy difícil, primero para sortear esta pandemia, que es
una catástrofe, y después vendrá lo económico, porque si nos morimos todos, no vamos a poder desarrollar ninguna economía.
Cuando iniciaba esta conversación con DataTrenque, Cristina Liprandi se autodefinió como “una sobreviviente”, tal vez la única expresión que cabe para aquellos, que aún con sus cicatrices, pudieron capear milagrosamente el dramático rigor de los ‘70.
Fuente: DataTrenque
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