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jueves, mayo 29, 2025
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La pizarra de Don Conrado | por Raquel Piña de Fabregues*

Este relato comienza cuando pisa tierra argentina un español llegado desde Pamplona, Conrado Nagore, vástago joven de una familia prominente que venía precedido de una fama bien ganada de rebelde sin causa.

Cuando se establece en Villegas trabaja en principio en el Molino Fénix como administrativo y se casa con Doña Josefa Oleaga, perteneciente a una de las más antiguas familias de nuestra ciudad, unida por fuertes lazos con los orígenes del “Colegio María Inmaculada”.

Recuerdo la imprenta y diario “La Actualidad” en la esquina de Moreno y San Martín y la recuerdo muy bien, porque mi amistad con Lilú, la nieta de Don Conrado, que persiste hasta hoy, me tuvo como partícipe de la vida en ese lugar que para nosotros era fascinante porque además anexa había una florería que estaba a cargo de la abuela de Lilú.

El ruido de las máquinas, el olor a tinta, la sonrisa entre alegre y sobradora que marcaba el poblado bigote de Don Conrado, cubierto hasta los pies por un delantal rígido de color gris, son imágenes que nunca voy a olvidar, quizás porque se quedaron en mi memoria unidas a momentos muy felices de la niñez y de la adolescencia.

La otra parte de la historia se traslada a la calle Arenales, entre Moreno y Alberti, frente al gimnasio de Eclipse. Allí vivía Carlos Nagore, uno de los tres hijos de Don Conrado y padre de mis amigos Lilú y  Pocho. Era Jefe de la “Oficina de Valuación” que funcionaba en la misma casa en que habitaba la familia.

En ese lugar pasábamos gran parte de nuestro tiempo en un ambiente muy particular, porque los padres de mis amigos se incorporaban siempre a las cosas que se nos ocurría hacer, sin perder sin embargo la autoridad de adultos, una combinación difícil pero no imposible.

Y empecemos con la primera anécdota en el diario de la esquina de Moreno y San Martín.

Los fondos de la casa de familia de la imprenta daban al patio de la comisaría, de la que las separaba un simple alambre tejido.

Desde allí se veía como un sargento entrenaba la tropa que marchaba al ritmo de “¡Izquierda derecha, izquierda derecha! ¡Vuelta derecha!¡Vuelta izquierda!”

Aunque parezca mentira, Lilú había conseguido imitar las órdenes del director de los ejercicios y se las gritaba al revés. O sea derecha por izquierda e izquierda por derecha, lo que provocaba un auténtico caos.

El chiste continuó hasta que la quintacolumnista fue descubierta y denunciada ante el abuelo como correspondía.

De más está decir que detrás de un enojo muy bien armado, Don Conrado se divirtió más que la nieta.

Cuando años más tarde cerró el diario y los Nagore se trasladaron a la calle Arenales, la florería siguió la actividad y la labor periodística continuaría con la famosa “Pizarra de Don Conrado”, que ya había ocupado su espacio estratégico en la esquina de la comisaría y recogía cada mañana las noticias más relevantes para la población.

Esa publicación tan original persistió después de que su autor contara holgados noventa años y ha quedado en la historia del terruño como una muestra de tenacidad, decisión y respeto por la profesión.

Tan importante fue este poblador del Villegas viejo, que el día de la inauguración de la estatua del General Conrado Villegas, Emilio Solé anunció el momento en que se destapaba la escultura diciendo: ”Y ahora destaparemos la estatua del General Conrado Nagore”, dicho ante los familiares del militar aludido y el propio periodista, que con su infaltable ponchito marrón al hombro, estaba en primera fila junto a las autoridades. Tal era su importancia y su presencia permanente en lo cotidiano y de allí el error.

Pero el Nagore que yo tengo en mi memoria es el abuelo de mis amigos, el viejito flaco y chiquito que me hacía acordar tanto a mi propio abuelo José María Piña, cuyo parecido no era sólo físico, pues él también fue un rebelde en el mismo tiempo de estallidos de rebeldía en España, el que tomaba cada mañana su sopa de ajo con pan tostado acompañada de una buena costeleta.

Ya mayor, cuando tuve la capacidad de analizar hechos y personas, vi a Don Conrado como el hombre de inteligencia y palabra rápida, sutil e irónico cuando las cosas lo merecían, el de las discusiones políticas a través del diario con Don Sylverio Fernández, otro español que se las traía por sus conocimientos y manejo del lenguaje, y encontré en él tanto amor por sus hijos y sus nietos, que eso me conmueve cada vez que lo nombro superponiéndolo al recuerdo de mi abuelito José.

 

*Raquel Piña de Fabregues cumplió 86 años el 7 de julio. Es docente jubilada, escritora, trabajó como periodista y tiene varias ocupaciones como madre, abuela y bisabuela. Escribe desde que lee y aún lo sigue haciendo. Durante algunos años, fue columnista del programa de radio de su hija Celina, con sus Historias de Mamá, que se vieron interrumpidas por una caída y el estrés que eso significó en medio de la pandemia. Este es otro de esos textos de sus tantas historias.