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sábado, octubre 5, 2024

Aquellos carnavales (2°parte) | por Raquel Piña de Fabregues*

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Los juegos con agua durante todo el día en los carnavales de antes, eran un acuerdo tácito entre los vecinos. No había ley que lo prohibiera y por lo tanto el permiso estaba implícito en esa falta.

Pero en los años cincuenta arrancó la prohibición, pura y exclusivamente para que fuera ignorada.

Una de las formas de salir a jugar era amontonarse en la caja abierta de un camión con todo el equipo de hidráulica a mano y recorrer las calles mojando transeúntes desprevenidos y escapando de los policías que estaban “siempre alerta”.

Una tardecita, uno de esos grupos de carnavaleros fueron sorprendidos sin posibilidad de escape y prolijamente trasladados a la comisaría.

Aclaro que el edificio era el mismo de ahora con la diferencia de que en ese entonces en el gran patio no había ninguna construcción y se salía por la calle San Martín con mucha facilidad.

En el grupo de detenidos estaban las hermanas Pascal, cuyo padre era propietario de un hotel donde hoy funciona Diario Actualidad. La mayor, una chica preciosa que había sido dueña de muchos reinados de belleza, llevaba puesto un vestido rojo fuego que con el agua había empezado a desteñir y dejar charquitos en el suelo.

Mientras esperaban al comisario, nuestra reina de belleza escurrió su vestido sobre los sillones del hall de la comisaría, de un blanco resplandeciente, que comenzaron a tomar un simpático color rosado.

Esto llamó la atención de los policías que los estaban cuidando y mientras trataban de solucionar el desastre, los chicos uno a uno se fueron por el portón de San Martín sin que nadie se diera cuenta.

Increíble pero real.

Claro que no todo fue motivo de diversión. Como sucede  habitualmente, no falta el que pone la nota de maldad incomprensible.

Un grupo de jovencitos habían armado una comparsa muy bien hecha de osos polares, en lo que habían empleado gran cantidad de algodón en rama y en su recorrida por las calles invadidas por el calor, entraron a tomar algo fresco a un bar. Allí fue donde a un gracioso se le ocurrió poner un cigarrillo prendido en el traje de uno de los disfrazados,  que al momento se prendió fuego. Nunca lo voy a olvidar porque fue a metros de mi casa.

Las quemaduras fueron gravísimas y el pobre muchacho, que sólo tenía dieciocho años, terminó su vida pocos años después en una silla de ruedas.

Por suerte lo festivo es lo que queda en la memoria con más fuerza y como identificación de una época, de un lugar, de un espíritu colectivo, que se asoma a estas historias con el concurso de disfraces infantiles que se hacía en el Prado Italiano y que la mayor parte de las veces desataba batallas campales entre los padres, como siempre más fanáticos que los chicos.

Recuerdo que papá nos traía los trajes de disfraz de Buenos Aires, de la “Casa Lamota, donde se viste Carlota”, que los vendía o alquilaba.

Mis hijos pertenecieron a otro tiempo y sus disfraces fueron prolijamente confeccionados por mis manos con lo que tenía a mano en la casa. Así fueron holandeses, gitanos, chinos, indios, tiroleses, todo lo que la imaginación alcanzaba a concretar.

También los bailes de carnaval eran el remate imprescindible. Comenzaban después del corso en el Prado Italiano, el Club Sportivo, el Club Recreativo (actual sede social del Club Atlético) y La Lucila Polo Club. Asistíamos con el mismo aspecto lamentable que presentábamos después de jugar con agua hasta las doce de la noche, mojados, sucios de papel picado y a veces muertos de frío, pero eran solamente detalles.

La mañana nos encontraba recorriendo esos lugares, porque ésa era la gracia.

Carnavales eran los de antes, o parodiando al poeta castellano Jorge Manrique “Como a nuestro parecer cualquiera tiempo pasado fue mejor”.

 

 

*Raquel Piña de Fabregues tiene 86 años. Es docente jubilada, escritora, trabajó como periodista y tiene varias ocupaciones como madre, abuela y bisabuela. Escribe desde que lee y aún lo sigue haciendo. Durante algunos años, fue columnista del programa de radio de su hija Celina, con sus Historias de Mamá, que se vieron interrumpidas por una caída y el estrés que eso significó en medio de la pandemia. Este es otro de esos textos de sus tantas historias.

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