Vera Sanzol llegó con algo más de 30 años a General Villegas junto a su esposo, Eduardo Pincione. Ambos profesionales se hicieron un espacio y construyeron una vida en nuestra comunidad, que les dio la bienvenida.
Después de 42 años de profesión, Vera decidió honrar la promesa que se hizo a sí misma: dejar de ejercer cuando sintiera que ya no se entregaba al cien por ciento.
La noticia desató una lluvia de repercusiones. Desde grupos de personas que se contactaron desde distintos puntos del país (y hasta del mundo) para coincidir en un regalo entre todos, llamados, mensajes, pequeños pacientes con sus familias y nuevas generaciones de pacientes que seguían pasando por el consultorio se reunieron frente a su casa para brindarle el mejor reconocimiento: un aplauso generalizado.
La médica repara. Repara vidas. Repara cosas. Todo, cualquier cosa que se rompa. Perdió a su papá en un accidente de tránsito cuando tenía 4 años y a partir de ese instante, sintió la necesidad de reparar. Y en esta cuestión de reparar vidas, era fundamental intentar reconstruir a ese padre que se fue cuando era tan chiquita.
El mendocino Florencio Escardó, que revolucionó la pediatría de nuestro país, se definía a sí mismo como pediatra, porque sostenía que la pediatría es la medicina del hombre y le incumbe todo lo que a cuidado y encauce físico se refiere (alimentación, higiene), y todo lo que a cuidado y encauce psicosocial se refiere (regulación afectiva de la vida familiar).
Escardó decidió que en la sala 17 del Hospital de Niños Dr. Ricardo Gutiérrez, los niños iban a ser internados con sus madres, una decisión humanizada que marcó un cambio en la visión de generaciones de pediatras de allí en adelante.
Vera es, sin lugar a dudas, una profesional que dedicó gran parte de su vida a sostener con convicción y vocación, esa visión: «nosotros (los pediatras) no curamos a los chicos, nosotros damos indicaciones, los que lo curan son los padres.»
Para la médica es imprescindible observar a los padres, ver cómo recibieron una noticia que quizá no fue la mejor e «intentar reparar esa energía para que ellos sean los que después puedan curar a su hijo.»
¿Cuántos chicos han pasado por sus consultas? Muchísimos. Muchísimos niños y sus familias, porque «los consultorios de pediatría son diferentes a otros consultorios, porque no atendés al niño nada más» sino a todo lo que lo rodea y es vital al momento de hacer un diagnóstico.
De todas formas, Vera está convencida de que «los niños son muy sabios y saben expresar lo que les pasa, aunque sean muy chiquitos y también aprendimos a decodificarlos. Es mucho más fácil que en un adulto porque son simples, muy sinceros, muy expresivos.»
Entre la cantidad de dibujos que recibió los días después de dar a conocer su retiro, encontró cosas que «ni yo veía en mi propio consultorio.»
No va a ser tarea fácil y lo sabe. «Me va a costar mucho no poder estar todos los días con ellos, porque te dan energía positiva, hacen las cosas simples, algo que admiro muchísimo y ellos son proveedores de esas cosas.»
Cuarenta y dos años ejerciendo la pediatría. «¡Puf, hermoso, lo volvería a hacer!», afirma con un orgullo que le ilumina la mirada. «Lo decidí cuando tenía quince años, después de una historia personal. Ingresé a la carrera pensando que iba a hacer psquiatría, después pasé por anatomía patológica, pero cuando entré a la sala de pediatría, me enamoré.»
Probablemente la gran mayoría no va con la especialidad decidida, sino que es una decisión que puede darse mientras se van cursando las materias o haciendo residencias. Pero ella recuerda que fue en Casa Cuna, en cuanto pisó la sala de pediatría que «dije, este es mi lugar, acá me quedo.»
Decidió ser médica cuando tenía quince años para convertir una tragedia en generosidad. «Mi papá falleció cuando yo tenía cuatro años, en un accidente de tránsito y a partir de ese momento, siempre sentí la necesidad de reparar. Reparar lo que se te ocurra. Reparar una maceta rota, reparar, reparar. Es lo que me gusta. Una buena diversión para el fin de semana es que me traigan algo roto para que lo pueda arreglar. Reparar vidas era un intento de traer a ese padre que se fue cuando era tan pequeña.»
La reparación como medio para superar una pérdida y tratar de reconstruir a un padre con alegría, con una mirada positiva. «Esa visión positiva me atravesó la vida, por suerte. No sé si lo construí o me tocó, o fueron los genes o el ambiente, no sé qué fue. Pero yo no me quedo con cosas negativas», sostiene.
«He podido reconstruir muchas cosas, además de relaciones, familiares y estoy muy orgullosa de haber hecho estas cosas en mi vida. Sé que que me voy a morir tranquila, porque nunca dejé nada sin solucionar. Siempre pienso cuando uno le pregunta a alguien ¿cómo estás? y responden: todo bien, no es para nada cierto, porque nunca está todo bien. Hay que reparar cada día», manifiesta.
Esta instancia de su vida la encuentra atravesada por recuerdos generados en el tiempo del ejercicio de la profesión en General Villegas, «porque fueron grupos de trabajo hermosos, donde logré muchas amistades. En la Escuela Especial, la Clínica Modelo, el Centro Materno, lugares donde trabajamos codo a codo, siempre tirando para adelante.»
Llamados telefónicos, mensajes, regalos y un grupo de familias que se presentaron frente a su casa con carteles, aplausos y abrazos le provocaron un «estado de emoción y de vulnerabilidad al borde del llanto todo el tiempo» porque todas las manifestaciones de cariño «superó lo que podría haber imaginado.»
Según la pediatra, es el resultado de «una construcción mutua entre los pacientes y yo. El consultorio de pediatría no es pesar y medir. Es vivir cosas muy tristes, malas noticias, muy buenas noticias, ver una mamá triste, preguntarle qué le pasa, cómo ayudar para que pueda criar a su hijo en las mejores condiciones posibles.»
Por eso, esta instancia de retiro, no se trata simplemente de cerrar un consultorio, porque a través de las consultas se crean vínculos «y esos vínculos no se cierran, porque he vivido muchos años de su historia. Estuve en las conversaciones de los almuerzos y las cenas de la familia. Formé parte de las familias dentro y fuera del consultorio por muchos años», asegura.
Cuando un paciente deja de ser niño y debe cambiar de médico, Vera los despide asegurándoles: «Cualquier cosa que necesites en la vida, volvé. Y algunos han vuelto a preguntar alguna íntima.»
Al echar una mirada hacia los lados o hacia atrás, se ve claramente cómo se va haciendo huella en el camino. Una huella que muchos niños que entraron al consultorio han seguido con sus hijos.
Ese recambio generacional «al principio me preocupó, pero ahora ya lo tengo asumido», dice entre risas.
A veces se presentan casos más complejos y situaciones más difíciles, ante los cuales hay que «tratar de brindar a un niño las mejores oportunidades y lograr que un niño llegue a adulto lo más sano posible, para que pueda expresar lo que quiera con todos sus sentidos. Cuando a veces tenemos un bebé que tenemos que reanimar, mientras trabajamos con los elementos médicos, en nuestra cabeza el objetivo es que sea un niño absolutamente sano. No es fácil, pero hacemos el esfuerzo», asegura.
La pediatra está convencida de que si hay algo muy lindo en su profesión, «es que todos los días es imprevisible. Ningún día es igual al otro. Jamás se repite nada, todos los días son absolutamente diferentes. Es la incógnita total sobre lo que va a pasar ese día, lo que lo hace tan especial.»
¿Cuánto tiempo hay que trabajar? ¿Cuánto tiene que trabajar en sí misma una persona que se dedica a tratar de reparar a otros? ¿Cuánto tiempo debe llevar el médico en su reconstrucción diaria?
Vera Sanzol cree que «tenemos que aprender a enfrentarnos a muchos duelos, que no necesariamente significa que lleven a la muerte, pero estudiamos y tenemos nuestras referencias como Elisabeth Kübler Ross (psiquiatra y escritora suizo-estadounidense y una de las mayores expertas mundiales en duelo y cuidados paliativos), que nos enseña cuáles son los procesos de duelo. Eso lo trabajamos muchísimo y lleva tiempo, pero además, lleva preparación del alma y el cuerpo, porque además, tenemos que tener control de la situación.»
Estar en equilibrio, empatizar para entender lo que necesita el otro, para mantener la calma. No todas las personas son iguales, no todas las personas expresan todo, pero Vera afirma que «cuando una mamá me dice hola, ya sé si me llama para pedirme un turno o está muy preocupada. No necesito más que un hola para darme cuenta.»
Cuando Vera llegó a Villegas con Eduardo, su marido, tenía 34 años. Pese a ser muy joven, ya contaba con diez años de experiencia como pediatra. Había hecho la residencia en el Hospital Materno Infantil de Mar del Plata, lugar en el que que estuvo tres años y donde se desempeñó como Jefe de Residentes.
Al regresar a Buenos Aires, en un tiempo en el que la neonatología estaba en pañales, sintió que no había formación suficiente en respiradores y nuevas tecnologías. Entonces, llegaron cinco años de trabajo en el hospital Arcade de San Miguel, «donde hacía veinticinco partos por día y dos guardias por semana, lo que significaban cincuenta partos a la semana.»
Lo cierto es que cuando llegó a Villegas, tenía más de 3 mil partos de experiencia. «Durante un tiempo los seguí contando, después, fue imposible», expresa.
Llegó a nuestra ciudad «con la idea de criar a mi hija en un lugar distinto a Buenos Aires. Puse un un consultorio donde estuve sentada muchas horas sin ver pacientes. Después entré a trabajar en la Escuela Especial, donde empecé a hacerme más conocida y le siguieron el CEF y el Centro Materno.»
En el Centro Materno, que funcionaba sobre calle Arenales, donde hoy se ubica el Centro Cívico, trabajaba con un equipo de ocho personas. «Así fui creciendo y en un momento dado, empecé a tener muchos pacientes. No me di cuenta cuándo transitó eso.»
La vida se iba modificando y el consultorio ya no estaba vacío. Fue entonces cuando «tuve la gran suerte de que mis suegros, que han sido como mis padres, vinieran a Villegas y me ayudaran con la crianza de mi hija», cuenta.
La vida de un médico, como tantas otros profesionales, no son convencionales. No hay horarios ni eventos que no puedan ser interrumpidos y «se necesita de una familia que entienda esa condición, que por suerte la tuve. No te podría decir la cantidad de horas que ha pasado Eduardo Pincione (su esposo), parado en la puerta de la clínica mientras yo veía los pacientes, porque yo no sé manejar. Andaba con mi bicicleta de tres ruedas pero si hacía mucho frío, él me llevaba. Ha pasado horas esperando a que saliera.»
«Es verdad que la familia ayuda, hemos cambiado días de la madre, hemos cambiado todo, porque si tocaba una guardia, lo festejábamos otro día y todos aceptaban. Hubo cumpleaños de mi hija de los que tuve que salir corriendo para ir al Centro Materno porque tenía chicos intoxicados y ella lo comprendió cuando era muy chiquita, pero todo fue un proceso bastante natural», recordó.
Entre los hechos inolvidables en su carrera, Vera señala uno en particular, que se dio cuando fue a recibir el título. Mientras iba caminando a recibirlo, se dijo a sí misma: «Esto lo hago con toda mi fuerza, con todo mi corazón y cuando no lo pueda hacer así, me retiro. Esa fue mi promesa en los quince pasos que di para recibir el título. Fue una promesa que me hice a mí misma y a mis futuros pacientes.»
Ese fue un momento, pero hay muchas situaciones inolvidables, como aquella vez, cuando «trabajaba en San Miguel, estaba Campo de Mayo cerca y ellos ofrecían el servicio del helicóptero, porque necesitaban hacer horas de vuelo. Entonces, cuando teníamos que trasladar un paciente muy complejo, se lo trasladaba en helicoptero a La Plata.»
La cuestión fue que «en el helicoptero no se escucha nada y es muy difícil controlar a un paciente. La bajada fue rara, abrupta. Algo raro pasó. Pero ante ante la urgencia de dejar al paciente en condiciones, no te das cuenta. Yo llevaba una incubadora de transporte, un tubo de oxígeno, estaba muy ocupada y muy cargada. Lo cierto es que cuando quisimos regresar al helicóptero, se había ido, porque estaba roto y no nos podía trasladar de nuevo.»
Ahí estaba, con un practicante muy joven y con equipos médicos a cargo en La Plata. «En mi bolsillo tenía lo que hoy serían cincuenta pesos, una cinta adhesiva, una lapicera. No había celulares, llamé a mi hospital pero no nos podían ir a buscar y no nos podíamos mover en ningún medio de transporte con todo eso. Nos quedamos sentaditos en la puerta del hospital de La Plata y todos nos reconocían.»
Todos los reconocían como «los del helicóptero», incluso el dueño de una pizzería adonde los invitaron a comer una porción de pizza. Después «logramos que otro practicante que tenía una panadería nos fuera a buscar, así que nos fuimos con todas nuestras cosas arriba de un utilitario de la panadería, seis horas después. Son cosas que pasan», señala.
Mientras su hija Sofía fue chica tuvo que contarle decenas de veces la historia de la aventura en helicóptero.
Vera es pediatra y lo será hasta el último día, aunque haya decidido cumplir su promesa y colgar el estetoscopio. Pero una mujer no es solo su profesión. Y uno de sus mayores logros es ser mamá.
«Estoy muy orgullosa de haber criado una hija como la crié. Es una muy buena persona, una muy buena profesional. Ella tiene su vida, su trabajo, sus cosas, pero estuvo quince días conmigo sosteniendo», sostiene conmovida.
En medio de este momento tan emotivo, Vera reconoce que «no han sido fáciles los últimos años por varios motivos, fundamentalmente por la enfermedad de mi mamá, la pandemia que me fue muy difícil. Siento que tengo que reconstruirme.»
Seguramente, en esta tarea de reconstrucción en la que seguramente reparará muchas cosas que utilizará como medio para repararse a ella misma, formarán parte todos tus afectos. Reparar cosas que se cayeron y se rompieron en pedazos. Unir los espacios para hacer de lo que se repara, un objeto único. Lo que hace brillar a las cicatrices. Como el arte del Kintsugi.
El Kintsugi es una práctica japonesa que se utiliza para rellenar fracturas de la cerámica con resina de oro. Entre la enorme cantidad de metáforas que relacionamos con la vida, la de la cicatriz es una que nos atañe a todos. El mundo se encarga de agrietarnos, de llenarnos de fisuras, y es allí donde se guardan más posibilidades. La grieta se convierte en una ocasión de transformación.
El poeta Rumi decía que “la herida es el lugar por donde entra la luz” y es probable que todo ese aprendizaje que Vera cargó en el camino, en el que fue dejando huella, haya piezas que se nos se caen por ahí y es un gesto de fortaleza, levantarlas y adherirlas para que brille.
Antes de despedirse de este valioso intercambio donde aparecieron las zonas de dragones de esta singular pediatra, nombró a sus amigas, «las amigas del alma que he logrado y que me han ayudado a transitar momentos de alegría y situaciones difíciles. Son muchas las que sembré y cultivé en Villegas.»
Una vida entera dedicada a la familia, a cada lugar al que llegó con su estetoscopio, a sus amigos. Ahora dedicará tiempo a reconstruirse a sí misma, aunque seguramente, la veremos pasar con su bicicleta de tres ruedas, pedaleando por las calles de Villegas.
Bienvenida a la etapa de reconstrucción y feliz jubileo, es momento de cosechar la siembra.
*Celina Fabregues es periodista. Conduce Cuidarte Más por FM Villegas, los sábados de 9,30 a 12 horas, programa que se repite a las 19 del mismo día.