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viernes, octubre 18, 2024

Tributo, nostalgia e identidad: Adalberto Fuentes presenta su novela en su pueblo

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Adalberto Fuentes (63) tiene más años viviendo en la capital de los argentinos que en Santa Regina, el pueblo donde nació y vivió hasta terminar sus estudios secundarios. Pero sabe que es un vecino más. Y vuelve, de manera recurrente, al punto de partida. A veces, de manera física, desandando los 500 kilómetros que lo separan. Siempre, a diario, desde el pensamiento. Y en ésta, la que convoca a estas líneas, nada menos que centrando su primera novela en las calles de la niñez.

Demesio Sousa habla de tejas, un violín y un pueblo. Mezcla de ficción y hechos y personas palpables, también cuenta de la nostalgia, el desamor. Y del deseo de su autor de que se transforme en una figura, un ícono, que relacione e identifique a su Santa Regina.

«Sigo siendo un santareginense de ley, sin duda nunca dejaré de serlo, aunque hace muchos años que me vine a Buenos Aires, más de 40», abre la charla. Se lo nota ansioso, atrapado en el remolino de emociones que lo embargan desde hace días, a nada de la presentación de su libro, prevista para este sábado.

«Yo me dediqué a un trabajo que me llevaba muchas horas. Entonces hubo un tiempo en que no podía ir a Santa Regina. Iba solamente a fin de año porque el rubro que al que me dedico consume los siete días de la semana y muchísimas horas de trabajo, y era difícil llegar y volver», se soltó.

«Me vine a estudiar arquitectura a Buenos Aires. En realidad me casé con Stella Serrano,de Bunge, y nos vinimos a estudiar. Para que a los viejos no le saliera tan caro mantenernos en Buenos Aires, que en esa época era muy difícil, nos dedicamos a trabajar, pusimos una panadería y bueno… el éxito o la buenaventura del trabajo no nos permitió terminar de estudiar: a mí me faltaron dos materias», cuenta y no suena resignado. Es que el pequeño emprendimiento para ayudar a paliar los vaivenes económicos hoy es Suevia Confitería, una prestigiosa empresa con siete sucursales en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que bien merece una nota por sí misma.

«Con Stella, felices del trabajo al que nos dedicamos, pero ahora que Juan Manuel y Juan Ignacio, nuestros hijos, se hicieron cargo, nos queda un poco más de tiempo libre que nos permite viajar, nos permite volver al pueblo y también, en mi caso, escribir», completa la presentación.

Escribir, otra de sus pasiones. «El trabajo para nosotros fue una pasión, es una pasión. Pero yo tenía una deuda con tres temas que me movilizaron a escribir. Uno era la nostalgia, con con ese sentimiento de tristeza y alegría que te genera recordar momentos felices de cuando eras chico, esos momentos felices donde no tenés responsabilidades ni compromisos, no hay trabajo, no hay horarios. El otro, el desamor, que era un tema que a mí me daba vueltas desde siempre. Y por último la figura», a la que volverá más adelante.

A la charla, deliciosa, sentó a su abuela, parte de su narración. «La nostalgia no necesita mucha explicación, nos golpea todo el tiempo. Y el desamor tiene que ver con que mi abuela vino de muy jovencita. En el libro yo la nombro de 16 años pero en realidad vino a los 14, analfabeta, de Orense, una de las cuatro provincias gallegas. Y sin un peso. Yo siempre pensaba si la abuela Amparo tuvo un desamor a los 14, 15 años, en su pueblito, y no tuvo posibilidad de volverlo a ver, de juntarse, porque en esa época no se volvía tan fácil a España. Ese fue el disparador, sin dudas», confió.

¿Y lo de la figura?, Adalberto. «Y lo de la figura… en Santa Regina estábamos llenos de personas y de personajes queridísimos. Mirá, yo puedo nombrar cuatro o cinco de corrido. ¿Quién no se acuerda de Manuel Centurión, de Don Piccolini, del viejo Don Tomás, que vivía en el galpón de Serrat y había venido de Ucrania. Lo único que no permitía era que le dijéramos ruso… y ahora entiendo por qué. Juan de La Buena Hora o el viejo don Rosendo, en el campo de Hernandorena, o don Lara y el sulqui. El tema es que en todos los pueblos que yo iba siempre tenían una persona importante: el doctor Fanín en Charlone, el cura Mancuso en Bunge, el doctor Cimino en Banderaló, el mismo Anyulín Penacino en Piedritas… ¿Y Santa Regina?, que está lleno de estos buenos tipos que acabo de nombrar, que eran unos personajes muy queridos, pero ninguno lograba trascender la frontera. Yo notaba que de ellos no se hablaba en otros pueblos. Y estaba celoso con eso, creía que Santa Regina está necesitando una persona que trascienda la frontera. Y creo que con Nemesio un poco lo logramos, me parece», se entusiasmó.

Y vaya si lo logró. Del bueno de Demesio se habla y se va a hablar, más cuando el libro llegue a muchas manos que lo esperan. Y de Santa Regina también, como de Conrado Nagore, la vieja Escuela Nacional de Educación Técnica y su internado, sus docentes, Felipe Perrone y muchos entrañables vecinos del pueblo citados o que se sentirán identificados en esas páginas.

Una linda historia la que cuenta Adalberto en Demesio Sousa, de la que no deberíamos ahondar más, para no romper el encantamiento que genera su lectura.

El autor destinó a modo de donación un buen número de ejemplares a la Casa de la Cultura de Santa Regina, que los venderá en su beneficio. «Está en formación y tiene una comisión de chicos jóvenes macanudos, que están con un empuje bárbaro. La idea era que le pongan un precio accesible a todo el mundo».

En un mundo digital, con hogares donde reina el televisor y que desde hace años no tienen un diario o un libro de papel sobre la mesa, Adalberto encarna la resistencia. «Yo soy lector desde chico. En Banderaló mi abuelo Fermín tenía una colección de una revista que se llama Selecciones del Reader’s Digest, muy buenas. Mi mamá leía muchísimo. Mi papá fue lector hasta que falleció, hace un par de años, pero era, creo, el lector número uno de la biblioteca de Santa Regina. Tenía un cuadernito y anotaba todos los títulos para que las chicas de la biblioteca no le volvieran a mandar los que ya había leído. Y el viejo tenía tercer grado de un Santa Regina del famoso maestro Miguel, que era un maestro turco, muy querido. Seguramente era un tercer grado más que que los terceros de ahora, pero nada más que eso. Pero había un tema: a mí siempre me gustó leer y yo hace un tiempo que empecé a ver, a darme cuenta, que la actividad de la lectura estaba como pasada de moda. Hoy, con la televisión y con el teléfono celular y la inteligencia artificial te dan todo tan servido… nos están sacando las últimas herramientas que tenemos a mano para poder i-ma-gi-nar», deletrea, enfatizando.

«El libro permite imaginar, la radio permite que alguien imagine como es mi cara, el diario permite imaginar. La imaginación te permite desbordar los límites de lo real para crear algo nuevo y eso es importantísimo. Por eso yo doy una sugerencia. Al que le gusta leer, por favor, que siga leyendo, que no abandone. Aquel que había empezado a leer y lo dejó, que retome. Y el que nunca pudo leer porque trabajó, porque no le gustó cuando era chico, le digo que hay cuentos cortos de Fontanarrosa, de Sacheri, de Soriano y hasta el propio Quiroga, para empezar. La lectura es maravillosa. Es la palabra que estamos perdiendo», sentenció.

Nada que agregar. Abrimos paso a la imaginación.

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