En su ciclo radial «Goyo, el memorioso» (todos los jueves, a las 9 horas, en De Qué se Habla, por FM Actualidad), Román Alustiza rescató del olvido a un personaje memorable. En el vasto anecdotario del automovilismo argentino, pocos personajes encarnaron con tanta autenticidad el espíritu aventurero y apasionado de las competencias como Ricardo Pedro Luis Sauze, más conocido como el «Gordo» Sauze. Nacido en 1928 en la localidad bonaerense de América y fallecido en 2003, este piloto no solo dejó huella en el Turismo de Carretera, sino también en el mundo del turf y la vida nocturna porteña y del noroeste bonaerense.
Un piloto diferente
Sauze fue un hombre que conjugó con maestría la velocidad, la elegancia y el carisma. Dueño de una estancia y con raíces en la localidad de Villa Sauze, su vida estuvo marcada por la adrenalina de las carreras y la pasión por los caballos de sangre pura. Fue un dirigente destacado en el mundo hípico, pero fue sobre el asfalto y la tierra donde forjó su leyenda.
Fue un personaje querible, un dandy que dejó huella no solo en las pistas, sino también en la noche de la gran ciudad y los pueblos del interior. Conocido por su estilo único, el Gordo Sauze corría con bombachas, alpargatas y pañuelo al cuello, un look que lo distinguía entre los pilotos de su época. Su peso, cercano a los 120 kilos, y su carisma lo convertían en una figura inconfundible.
El Gordo no solo destacó en el Turismo de Carretera, sino que también incursionó en otras categorías como el Turismo Nacional y el Turismo Mejorado. En 1962, ganó un gran premio con una Giulietta, y su paso por las carreras dejó historias que hoy son leyenda. Una de ellas ocurrió durante una competencia en la que su auto se quedó en cinco cilindros. En lugar de frustrarse, el Gordo se detuvo al costado del camino y compartió un asado con una familia que estaba disfrutando del espectáculo. Ese gesto espontáneo y cercano reflejaba su personalidad: un hombre que vivía la vida con pasión y humor.
Pero el Gordo Sauze no solo era un piloto. También fue un empresario y dirigente en el mundo de las carreras de caballos, siendo presidente de la Asociación de Propietarios de Sangre Pura de Carreras. Su estancia, ubicada en el partido de General Villegas, era un punto de referencia en la región, y su familia dio nombre a Villa Sauze, al sur del distrito.
Su relación con General Villegas era especial. En 1967, durante el Gran Premio de Turismo de Carretera que pasó por la ciudad, los habitantes esperaban ver su auto con el nombre de Villegas en el techo. Sin embargo, el Gordo había decidido poner «América», su lugar de nacimiento. Cuando le preguntaron por qué, respondió con humor: «En América me cuidan los caballos». Aunque algunos lo vieron como una traición, el Gordo siempre mantuvo un vínculo fuerte con ambas localidades.
Y también un dandy
Fuera de las pistas, el Gordo Sauze era un hombre de la noche. Frecuentaba lugares emblemáticos como el boliche Tijuana en Villegas y el famoso Mau Mau en Buenos Aires, donde su presencia era siempre celebrada. Su estilo de vida bohemio y su amor por el whisky lo convirtieron en un personaje inolvidable. Una anécdota que lo retrata a la perfección ocurrió en San Rafael, Mendoza, durante una carrera. Después de una larga noche de asado y copas, el Gordo anunció: «Muchachos, mañana Sauze no larga». Y así fue; al día siguiente, no compitió, demostrando su honestidad y autoconocimiento.
El Gordo Sauze falleció en 2003, pero su legado perdura. Está sepultado en el Cementerio de La Recoleta, junto a otras figuras emblemáticas de la Argentina. Su vida, llena de anécdotas y momentos memorables, es un reflejo de una época en la que el deporte y la vida social estaban impregnados de un romanticismo que hoy parece lejano.
En palabras de Román «Goyo» Alustiza, el Gordo Sauze fue «un personaje completo: piloto, dirigente, empresario y burrero». Su historia es un homenaje a una generación que vivió el automovilismo y la vida con una intensidad que hoy, en un mundo más profesionalizado y acelerado, difícilmente se repita. El Gordo Sauze, con sus bombachas, alpargatas y pañuelo al cuello, sigue siendo un símbolo de una época dorada que los villeguenses y los amantes del deporte nunca olvidarán.