Cada jueves, cuando el reloj marca las diez, se abre paso la nostalgia en radio Actualidad. En ese espacio que bautizamos como “Goyo, el Memorioso”, el tiempo deja de correr y nos permitimos volver, aunque sea un rato, a esas épocas en que Villegas era un poco más chico y la vida parecía más sencilla. Hoy, con gratitud y emoción, el recuerdo va para un grande con todas las letras: Enrique “Grillo” Moruzzi.
Hablar de Grillo es mucho más que hablar de fútbol. Es evocar a un caballero de los de antes, de esos que sabían reírse con los otros y también de sí mismos. Jamás de los otros. Un hombre con un humor fino, filoso, ácido pero nunca malintencionado. Dueño de una sonrisa de galán de cine italiano y de un corazón enorme, Grillo supo ganarse el cariño no solo de sus compañeros de Sportivo, el club de sus amores, sino también de los rivales, los vecinos, los hinchas y los pibes de cada potrero.
Hablar de Grillo es, sin exagerar, ponerse de pie. Porque fue mucho más que un gran futbolista. Fue un caballero en el más amplio y noble sentido de la palabra. Amable, agudo, divertido, generoso. Un hombre querido por todos. Un referente de esos que honran no sólo al deporte, sino también a la comunidad.
Era de Elordi, o por lo menos así decía él. Contaba que se había criado con su abuela en esa casita al costado del camino, y que muy joven se vino a Villegas. Empezó a destacarse en Sportivo, ese club al que dio toda su vida, y ya en fotos de 1959 se lo ve en la Primera. Para entonces ya era evidente que tenía un don. Tenía lectura de juego, buen pie, panorama. Era de esos jugadores que aparecen cada tanto y que no sólo cumplen, sino que dejan huella. Jugó en grandes equipos del club, aunque la suerte del título le fue esquiva por mucho tiempo, ya que enfrente tenía que enfrentar, por ejemplo, a la “Maquinita” de Eclipse, imbatible en aquellos años. Se ve en fotos aún en 1973, cuando el ahora apodado Pulpo se consagró campeón, que su figura seguía ahí. Algunos dicen que fue a sacarse la foto. Otros, que entró unos minutos. Lo cierto es que Grillo no se perdía una.
Su paso como jugador dejó marcas también fuera de Villegas. En Intendente Alvear, los hinchas de Alvear Fútbol Club aún lo recuerdan con afecto. Y no es para menos: cuentan que arregló su pase a cambio de un traje. Como en aquellas historias de otros tiempos, como la de Gabino Sosa firmando por una muñeca para su hija. Así era el fútbol de antes. Más humano, más cercano, más nuestro.
El Bar Los Ases y los festejos
Una de las postales que más se recuerda de su época de jugador es la de los festejos en el Bar Los Ases, en la San Martín, antes de llegar a Moreno, donde años después tuvo un negocio Nino Bocchi. Allí se reunían los jugadores de Sportivo luego de los partidos, porque en esos años no podían ingresar a la sede social del club. Así de literal. La sede exigía saco y corbata, una formalidad que los muchachos del fútbol no siempre podían cumplir.
Por eso, el verdadero templo de la celebración era ese bar. Pasaron por allí generaciones de jugadores, hinchas y vecinos, y Grillo era casi una figura permanente. Tenía presencia, sabía contar historias, era de esos tipos que te atrapan con una charla. Y tenía, además, un humor muy especial.

El humorista de la justicia
Fuera de la cancha, Enrique Moruzzi fue oficial de justicia, un trabajo tan difícil como ingrato. Tenía que presentarse con una cédula en la mano y dar noticias poco gratas: embargos, inhibiciones, desalojos. Pero lo hacía con el tacto y el respeto de alguien que conocía los códigos del barrio, que entendía el dolor del otro.
Cuentan que una vez le tocó embargar colmenas. Sí, colmenas. Y como es lógico, las abejas no entienden de oficios judiciales. La historia terminó con picaduras y una escena digna de una comedia italiana. Era así la vida con Grillo: todo tenía una vuelta inesperada.
Pero así como sabía reírse, también se bancaba todo. Tenía un humor ácido, certero, pero sin malicia. Lo decía con una sonrisa. Se burlaba de las inundaciones acercándose a las mesas de los productores rurales con frases como: “Dicen que esta noche llueven 200…”. Y seguía caminando. Todos sabían que era una broma. Porque lo conocían. Porque lo querían.
El DT de todos
Grillo también fue técnico. Dirigió a Sportivo, a Atlético, a Eclipse, a Ingeniero de Banderaló. Y en todos lados dejó lo mismo: respeto, enseñanza, cariño. ¿Su estrategia? Según él, bien simple: “Hay que patear donde no está el arquero, y hacer un gol más que el rival. Si nos meten dos, metemos tres. Si no nos meten ninguno, con uno alcanza.” Simpleza, sabiduría, picardía.
Grillo también supo ser sostén cuando Sportivo atravesó tiempos difíciles. Fue mucho más que un técnico: se ocupó de tareas que iban desde conseguir camisetas hasta contener a los chicos que no podían pagar una cuota. Era un todoterreno. Un hombre que vivía el fútbol con pasión, pero que también entendía que el fútbol era excusa para abrazar, para enseñar, para dejar huella.
Y vaya si dejó huella. No hay café en Villegas donde no haya alguien con “una de Grillo”. No hay cancha donde no se lo recuerde. Y no hay corazón que no se encoja un poco cuando uno se entera que partió de manera inesperada, por una infección fulminante. Se cuidaba, iba al médico, pero la vida, a veces, tiene sus propios planes.
Muchos creemos que algún día, Sportivo sabrá honrarlo como merece. Que la cancha, por ejemplo, podría llevar su nombre. “Enrique Moruzzi”, simple, sincero. Sería una manera de decirle gracias. Porque lo suyo fue entrega, fue amor por el club, fue dar más de lo que se le pedía. Y porque, como decía él, “hay que estar”.
“Goyo, el Memorioso”, lo trajo de nuevo al presente. Porque la memoria no es solo archivo. Es compañía. Y Grillo sigue caminando por Villegas, en cada chiste que se suelta al pasar, en cada aplauso que baja de una tribuna, en cada pibe que le pide una pastilla al vecino de la vereda. Gracias, Grillo. Por el fútbol, por la sonrisa, por todo lo que diste. No te olvidamos. Porque como bien sabés, hay goles que no se gritan… se recuerdan.